Gonzalo Roig Lobo
es uno de los ejemplos más sobresalientes de intelectual y músico cubano de
formación europea, pero con actitud totalmente abierta al mestizaje entre la tradición
heredada y elementos aportados por la cultura africana.
Esto le llevó, en su trabajo de creación, a la riquísima fusión estructural que define
su obra toda.
El maestro Roig nació en La Habana
el 20 de julio de 1890. En su más tierna infancia, comenzó estudios de piano,
teoría musical y solfeo, y se graduó en estudios
musicales en el Conservatorio de la propia capital.
En 1907, inició su carrera profesional como pianista y
compuso su primera pieza para piano y voz solista. Dos años más tarde, comenzó a tocar el violín
en el teatro Martí, de La Habana.
Se volvió una sensación en la ciudad y en los paseos dominicales de la alta
burguesía capitalina, nunca faltaba un viajecito para admirar al prodigio
infantil.
Fue en 1911 cuando compuso y estrenó su bolero Quiéreme
mucho, uno de los emblemas de la música cubana hasta nuestros días.
En 1917, viajó a México,
donde trabajó con la compañía de María Guerrero.
Cinco años más tarde, fundó -con Ernesto Lecuona, César
Pérez Sentenat y otros brillantes compositores- la Orquesta Sinfónica de La Habana, de la cual fue director y en la
que realizó una amplia labor de difusión de nuestra música sinfónica.
En 1927, fue nombrado director de la Escuela y la Banda
Municipal de Música de La Habana, cargo que ocupó hasta su muerte. Durante su
dilatada permanencia en el puesto, hizo muchos arreglos instrumentales de
autores extranjeros y cubanos e incluyó en los programas conciertos con
diferentes instrumentos como solistas y también con cantantes, lo que imprimió
una nueva sonoridad a la agrupación.
Poco después (1929), fundó la Orquesta de Ignacio Cervantes, y al año siguiente fue invitado por
la Unión Panamericana para dirigir una serie de conciertos en Estados
Unidos, oportunidad en la que dio a conocer los esquemas rítmicos
afrocubanos en importantes escenarios de aquel país.
En 1931, organizó con Agustín Rodríguez Arcilla una compañía
de teatro vernáculo que se mantuvo durante cinco años en el escenario del
habanero teatro Martí.
Participó en 1932 en la creación del Teatro Nacional, y
estrenó su zarzuela Cecilia Valdés, reconocida en el ámbito
musical internacional como la más representativa del teatro lírico cubano.
En 1938, fundó la Ópera Nacional de La Habana, que dirigió
durante algunos años, y musicalizó el filme cubano Sucedió en La Habana.
Como muestra de incesante actividad, fundó la Sociedad de
Autores de Cuba, la Federación Nacional de Autores de Cuba, la Unión Nacional
de Autores de Cuba y la Sociedad Nacional de Autores de Cuba.
Su catálogo, como compositor, abarca una vasta gama de formas musicales, incluidos habanera,
criolla, bolero, guajira, conga, vals, danza cubana, danzón, fantasía cubana,
marcha, pregón, guaracha, punto guajiro, romanza, son, rumba, tango,
tango-congo, tarantela y berceuse.
También escribió importantes artículos y ensayos sobre
música; son de extraordinario valor los dedicados a la cubana, tema en el que
era experto. Entre sus zarzuelas, género en el que fue innovador, se cuentan El
Clarín, La Hija del Sol, El Cimarrón y La Habana de noche.
Su Cecilia Valdés la compuso e
instrumentó en solo un mes “y días”, como le gustaba añadir. Rita Montaner
interpretó a la mulata Cecilia. Dicen que, en la premiere, entre las filas del
teatro abarrotado, se podían ver los rostros de sus enemigos, quienes se habrán
puesto verdes cuando la sala retumbó bajo el aplauso torrencial que siguió al
final de la obra.
Estos son, a grandes rasgos, los hitos más sobresalientes de
su carrera musical en las primeras décadas de la república neocolonial.
La obra de Gonzalo Roig, como la de su contemporáneo y amigo
Ernesto Lecuona y tantas otras luminarias de aquella generación y otras que le
siguieron, no dejó de ser alta cultura
por incorporar formas propias de la música popular y la música negra cubanas. Por
el contrario, se enriqueció con el trabajo de aquellos músicos que no renegaron
de las raíces, conscientes de que no existe una línea de demarcación capaz de escindir
peyorativamente la cultura en alta y baja.
La generación vanguardista de músicos, pintores, poetas y
narradores de la primera mitad del siglo XX mantuvo muy en alto el listón, y
acaso lo elevó aún más, al permitir a nuestro país ostentar una alta cultura
que no era enteramente préstamo de otros complejos culturales europeos y estadounidenses,
sino genuinamente cubana.
Se le ha descrito como un amante de “los perros, desde los
satos hasta los de raza. También gustaba de la bebida. Tomarse un ron y fumarse
un tabaco. Fumó mucho hasta que enfermó y el médico se lo prohibió. Como
conversador, era muy ameno, hombre jacarandoso, un cubano criollo, y de vasta
cultura. Los amigos venían por media hora y se pasaban cinco”.
Falleció en su ciudad natal a la edad de 80 años, legándonos,
con su obra originalísima y exquisita, una herencia musical y conceptual que,
hasta hoy, nos enorgullece por ser indiscutiblemente
cubana y haber influido en el panorama mundial. (Gina Picart Baluja. Foto: red social X)
RSL