Conde de Pozos Dulces, científico habanero adelantado a su tiempo

 Conde de Pozos Dulces, científico habanero adelantado a su tiempo


Si digo Francisco Frías Jacott, probablemente pocos entiendan de quién hablo; pero si digo conde de Pozos Dulces, ya este título nos suena más familiar a los cubanos, en especial a los habaneros habitantes de El Vedado.

Y es que ese aristócrata nació en la villa de San Cristóbal y mucho hizo por ella desde su juventud hasta su muerte; fue protagonista de aventuras, como la primera parcelación de dicho reparto residencial, en 1859, en terrenos de una extensa finca de su propiedad.

Tal parcelación abarcó 29 manzanas de 100 metros por cada lado. Las nuevas calles fueron nombradas con letras y números (entre las calles G y 9), dejando así El Carmelo de ser la finca de la familia.

En esos terrenos, fabricó sus primeras residencias vedadenses la familia de la gran escritora cubana Dulce María Loynaz, y de sus árboles frutales robaba mangos otra de las grandes escritoras cubanas, Renée Méndez Capote, según cuenta en sus Memorias de una cubanita que nació con el siglo.

Francisco Frías fue IV y último conde de Pozos Dulces, título concedido por Carlos IV a su abuelo, Melchor Jacott y Ortiz-Rojano, el primer regente de la Real Audiencia de Lima, ministro togado del Consejo de Indias y caballero de la Orden de Carlos III.

Su padre fue un poderoso tratante de esclavos. Proveniente de una familia de importantes hacendados cafetaleros y muy interesada en los estudios pecuarios; su hermano José Frías publicó 1844 un destacado ensayo titulado Sobre la cría de ganados en la isla de Cuba.

Su hermana Dolores contrajo matrimonio en primeras nupcias con el general venezolano Narciso López, empeñado en liberar a Cuba del yugo español y ajusticiado por las autoridades coloniales; en segundas nupcias, se unió a José Antonio Saco.

Ambos matrimonios denotan que la familia Frías Jacott se interesaba por la situación política de la isla tanto o más que por sus cafetales y la cría de vacunos.

Francisco, por su parte, moldeó su pensamiento en la concepción de un sistema democrático basado en la economía agraria. Esta concepción, unida a las influencias familiares, le indujo a oponerse al colonialismo español.

La inmensa fortuna familiar le permitió al joven conde realizar altos estudios en París, donde pasó cursos de agricultura en el Conservatorio de Artes y Ciencias y en el Jardín des Plantes. También hizo estudios de Geología y Química en la afamada universidad de La Sorbona, además de Química Agrícola y Zoología aplicada a la agricultura.

De 1857 a 1858 el conde publicó, en el periódico habanero El Correo de la Tarde, una serie de cartas, en las que expuso un novedoso proyecto de desarrollo agropecuario que lo dio a conocer como un destacado profesional en las disciplinas que dominaba.

El tema era proponer una identidad nacional agrotecnológica y otra agrocientífica, o lo que es lo mismo, establecer el desarrollo de una economía basada en estos dos pilares, lo cual era un pensamiento avanzado para la época, no tanto en Europa como en el ámbito del imperio español.

Le interesaba lograr un equilibrio económico y social que disminuyera, o hasta pudiera eliminar, las enormes distancias que separaban a los diferentes estratos de la población colonial.

Parte muy importante de su proyecto era desarrollar una población rural “culturalmente apropiada y con buena disposición laboral”, cosas ambas que faltaban en el campesinado cubano, muy empobrecido y casi analfabeto.

Quería crear una sociedad justa y democrática a través del desarrollo de la pequeña propiedad y la pequeña empresa, que permitiera una distribución equitativa de la riqueza.

Como muchos pensadores cubanos de su época, el conde no pensaba en los negros ni en los chinos, quienes también formaban parte de la fuerza laboral de la isla y vivían en peores condiciones de miseria que el campesinado blanco, por lo general de origen español.

Fue, sin embargo, partidario de la abolición de la esclavitud, por ser una institución obsoleta, que lastraba el desarrollo económico de Cuba, y recomendó traer indios del continente americano como trabajadores asalariados.

En unión de otros hacendados, trabajó en un proceso de selección de jóvenes que fueron enviados a Francia para cursar estudios de Ingeniería Agronómica.

El conde consideraba imprescindible invertir en la instrucción y educación de quienes serían, en un futuro no muy lejano, la vanguardia científica de la Cuba que su mente concebía.

Aunque no estaba de acuerdo con las teorías evolutivas del científico francés Charles Darwin, fue, sin embargo, el primero en exponerlas en Cuba en 1868, en los salones de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, lo que demuestra que su actitud ante la ciencia era raigalmente honesta y de elevada eticidad.

Fue profesor de Agricultura en la Cátedra de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, institución en la que se nucleaban aristócratas y poderosos hacendados con la intención de trabajar en beneficio del desarrollo de Cuba.

Rechazó, como criollo digno, la invitación que le extendieron las autoridades coloniales para que dirigiera la Escuela Especial de Agricultura, pero, en cambio, en 1861 propuso la creación del Instituto Agrónomo Cubano.

Ejerció activamente el periodismo militante, dentro y fuera de la isla; fue corresponsal en París de importantes publicaciones habaneras, y fundó y dirigió el periódico El Siglo desde 1863 hasta 1868.

No hubo en su tiempo institución científica de la capital en la que no desempeñara altísimas responsabilidades, y sus trabajos científicos, premiados en Cuba, fueron publicados también en Francia.

Sin embargo, como la casi totalidad de la clase social a la que perteneció, y en consonancia con el momento histórico que le tocó vivir, el conde de Pozos Dulces puso sus simpatías políticas en la anexión de Cuba a los Estados Unidos.

En agosto de 1852, participó en la conspiración de Vuelta Abajo, por lo que durante seis meses sufrió prisión en el castillo de El Morro. Las autoridades españolas lo deportaran a Sevilla, castigo del que más tarde fue amnistiado, pero solo para pasar a ocupar en 1854 la Vicepresidencia de la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York.

El conde no fue un revolucionario desde el punto de vista político, como otros intelectuales patriotas posteriores, y mucho menos un partidario de la independencia de Cuba. Una de sus frases más conocidas es: “Todo por la evolución, nada por la revolución”. Se le considera el ideólogo del reformismo/anexionismo criollo.

Dirigió el partido reformista en el exilio, y luego se trasladó a Francia hacia fines de 1868, pues el estallido de la Guerra de los Diez Años hacía imposible el regreso a Cuba de un hombre ya marcado por el odio de la Corona española.

Decepcionado por las diferencias políticas irreconciliables que encontró entre los exiliados de su propia corriente ideológica, en una extraña deriva de su pensamiento el conde dirigió al rey de Francia una carta firmada con el seudónimo Un hombre de raza latina, en la que lo alentaba a sustituir el dominio español en la América Hispana.

Al parecer, en los últimos años de su vida había dejado de admirar a Estados Unidos y de ver al norteño país como la esperanza del futuro cubano.

Murió en París en octubre de 1877. Sus restos, que merecían estar en la patria que tanto amó, descansan en el cementerio de Montmartre. (Gina Picart Baluja. Foto: tomada de internet)

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