El 27 de octubre de 1985 fue un día luctuoso para la ciudad
del Cauto: miles de personas daban el último adiós a Chicha Ortega, la madre de Nito Ortega, el mártir palmero del
Moncada, y quien quiso a Fidel como se quiere a un hijo.
“Ella nos contaba cómo lo atendió en su casa de la calle
Lora, lo visitó en el Presidio Modelo y, por su ejemplo, se incorporó a la
clandestinidad. Mi abuela tenía sus historias
con el Comandante”, rememora, a cada rato, mi madre.
Aminta Reparada Ortega fue muy querida y respetada. “Muchos
se acercaban a ella para comentarle acerca de sus problemas, porque conocían de
su relación con Fidel”, recordaba
siempre Esmérida, una vecina que tuvo profundos vínculos afectivos con ella y
toda su descendencia.
Ese día de tanta tristeza, “no faltaron la ofrenda floral del Comandante en Jefe y
el sensible mensaje que envió a mi padre por la irreparable pérdida, que no era
solo para la familia, sino para Palma Soriano y la Revolución”, reveló, a casi cuatro décadas del suceso, mi tía
Raiza.
UNA MUJER
REVOLUCIONARIA EN TODOS LOS SENTIDOS
Mamá Chicha, que era como le llamaban, fue una mujer de humildísimos orígenes. Crio a
sus tres hijos con la ayuda de su progenitora y de su hermana, ambas llamadas
Carmen, y todas apellidadas Ortega por ser hijas naturales. Trabajó como
conserje de una escuela en Palma Soriano y no se sometió al yugo de nadie.
Oscar Alberto (Nito), su hijo mayor, comenzó a trabajar en una tienda, y las
ideas de la ortodoxia permearon su mente y le
forjaron carácter y convicciones.
Mi abuela Mirtha Castellanos Jiménez –quien en 1964 se casó
con Manuel, el hijo menor de Chicha– supo, por boca de su suegra, que en abril
de 1953 ya Nito no era el mismo.
“Mirando a su foto, que Fidel le
envió luego del triunfo de la Revolución y que dominaba la sala, rememoró sus
palabras dichas con vehemencia y admiración: Mamá, hoy vas a conocer al hombre
más grande de Cuba.”
Tres meses antes del asalto
al Moncada, Nito le manifestó a su madre que iba a alquilar, a su nombre,
una casa ubicada en calle 5ta., entre Calixto García y Aguilera. No solo se
realizarían reuniones, también guardarían armas para lo que se avecinaba:
arrancar el motor pequeño de la
Revolución.
Un lunes abrileño, Renato Guitar Rosell le entregó a Oscar
Alberto un pasaje con destino a La Habana, “ya su vida estaba ligada a la de
Fidel y la Generación del Centenario; de alguna manera también estaba
consagrándonos, a los que naceríamos luego, al ideal de la Revolución”, detalló
la hoy profesora.
A Nito lo acribillaron los esbirros de la tiranía el 26 de julio de 1953. Chicha
se enteró en la calle: “y a Fidel, ¿qué le pasó?”, fue la otra pregunta que
hizo tras la dolorosa noticia.
Mantuvo los contactos con el naciente Movimiento 26 de Julio
y se integró a su primera célula de mujeres. Cuando supo que Fidel y sus
compañeros habían sido amnistiados, junto a otras madres de mártires se
trasladó hacia la capital para recibirlos.
En la casa de Lidia Castro, hermana del líder histórico de la Revolución, estuvo Aminta, le dio
el anhelado abrazo, los besos y el apoyo de una madre que, más adelante,
entregaría a otro hijo a la causa revolucionaria.
Como combatiente de la clandestinidad, transportó armas y
medicamentos hasta los campamentos rebeldes de La Lata, Caney del Sitio y
Limoncito. No fue hasta diciembre de 1958 cuando se volvió a encontrar con el
Comandante. La alegría desbordaba la ciudad, pero Chicha se echó a llorar, con
mi abuelo apretado a su cintura.
Fidel y ella se acordaron de Nito, de su terrible muerte, y
en las cercanías del hoy Museo Histórico –donde convocó al pueblo a la huelga
general para contrarrestar los intentos de golpe y, a través de Radio Rebelde, exclamar: “¡Revolución
sí; golpe militar no!”–, se abrazaron.
Mamá Chicha le contó a mi abuela que Fidel le dijo al oído:
“Desde hoy no te va a faltar
nada, Nito es insustituible, pero nos tienes a todos nosotros.”
Y lo cumplió. No había necesidad que no fuera suplida ni
oportunidad para, a través de Celia Sánchez, conocer acerca del estado de salud
de Alina, la mayor de mis tías y que con una enfermedad cerebrovascular
sobrevivió 12 años, “por la atención médica esmerada y mis cuidados. Celia
recordaba que era la sobrina de Nito y también de Fidel, y hasta un viaje a la República Democrática Alemana, donde
estaban los mejores especialistas en esa rama de la Medicina, fue planificado
por ellos; no fuimos, porque los estudios revelaron que la condición de mi niña
era irreversible”, recordó Mirtha en 2020, en una entrevista radial concedida a
este reportero.
De 1959 a 1985, Aminta participó en todos los encuentros que
sostuvo el Comandante en Jefe con las madres
de los mártires del Moncada.
“Eran momentos especiales; también convidaba a otros familiares, pero
con las madres era algo especial. Les hablaba como si fuera su hijo, y cuando
supo que yo tenía cinco hijos, facilitó que nos mudáramos a otra casa más
grande; a la que dotaron de todas las comodidades”, destacó mi abuela.
Nuestro Fidel fue hijo para esas madres, padre para los huérfanos y forjador de
los mejores afectos. En Palma Soriano hay centros educacionales, de la salud,
de la cultura, del deporte, del comercio y los servicios, y numerosos sitios
que llevan el nombre de Nito Ortega, todos frutos de la Revolución de Fidel,
esa que, como las verdaderas, “no tienen término medio, y que o triunfan
plenamente o son derrotadas, que la historia enseña que se pasa de la extrema
revolución a la extrema reacción. Y que, desde luego, entre los derrotados,
tengan la seguridad de que a nosotros no
nos contarán”. (Redacción Digital. Con información y foto del diario Granma)
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