Juan Clemente Zenea en la memoria de Cuba


No busques, volando inquieta / Mi tumba oscura y secreta / Golondrina, ¿no lo ves? / En la tumba del poeta / No hay un sauce ni un ciprés.

Juan Clemente Zenea

Hace más de 30 años, mi esposo y yo hicimos una excursión dominical a la fortaleza San Carlos de La Cabaña, en La Habana Vieja.

Íbamos en nuestras bicicletas y entramos por los fosos. ¡Ojalá no lo hubiéramos hecho jamás, porque quienes hayan recorrido alguna vez ese trayecto no podrán olvidarlo!

Los fosos de La Cabaña son uno de los sitios más lóbregos de La Habana. Entre esas inmensas murallas de piedra gris que se alzan hacia el cielo como los farallones de la serie de cuadros simbolistas La isla de los muertos, de Arnold Böcklin; entre aquellas soledades reina el silencio de la muerte, las energías oscuras de la desesperación, y la densidad de la ausencia definitiva de un viviente.

Yo no sabía entonces, y no podía explicarme, por qué se me encogía el alma y un temblor imperceptible se apoderaba de mi cuerpo mientras caminábamos. Hasta que hallamos la tumba. ¡Qué sensación de frío, qué horror tan profundo me poseyeron cuando leí la tarja: “Aquí, el 25 de agosto de 1871, cayó destrozado por las balas españolas, el poeta mártir cubano Juan Clemente Zenea”! Dicen que la hizo colocar su hija Piedad. De lo contrario, habría sido otro muerto anónimo, como tantos que dejó a su paso el volcán de nuestra primera Guerra de Independencia, una de las más largas en la historia del continente americano.


Zenea nació en Bayamo en 1832, hijo de un teniente español y de una hermana del poeta cubano José Fornaris.

Se matriculó en el colegio de San Salvador, propiedad de José de La Luz y Caballero, de quien fue alumno, y pronto se dio a conocer en el mundo del periodismo.

Pero Zenea era, en realidad, un poeta de personalidad muy vigorosa. Dio a la luz sus primeros poemas en el periódico habanero La Prensa, y pronto tuvo dificultades, pues unos versos suyos publicados allí, en medio de una Semana Santa, le valieron una sentencia de excomunión por el Obispado de La Habana, que su padre corrió a evitar, obligándolo a firmar una carta de retractación.

Se ha dicho que, aunque hablaba correctamente el inglés y el francés, su formación fue esencialmente autodidacta. De cualquier modo, su producción literaria se ubica entre lo más señalado del romanticismo cubano.

Vivió un romance apasionado con la actriz estadounidense Adah Menken, quien fue su gran amor. Sus andanzas entre los conspiradores por la independencia lo obligaron a exiliarse en Nueva Orleans, donde se unió al club El orden de la joven Cuba. Hizo un periodismo dirigido contra el colonialismo español en la isla. Después pasó a Nueva York, donde formó parte de la Sociedad La Estrella Solitaria y se acercó a las ideas anexionistas, como otros cubanos de su época.

Aunque parezca una represalia excesiva por las autoridades españolas en Cuba, en 1853 el poeta fue condenado a muerte en La Habana, pero, gracias a una amnistía general, pudo regresar al año siguiente a esta ciudad, donde permaneció una década y ejerció como profesor de inglés en el mismo colegio El Salvador, donde había sido alumno destacado.

Pero Zenea no tenía un temperamento para la calma y la temperancia; era un hombre de letras, mas también de acción. Siguió cada vez más activo como periodista: colaboró en publicaciones cubanas como Guirnalda CubanaLa Piragua, Brisas de Cuba, Floresta Cubana, Revista de La Habana, El Regañón, Álbum cubano de lo bueno y de lo bello, La Chamarreta, El Siglo, Ofrenda al Bazar y Revista del Pueblo, además de en las españolas La Ilustración Republicana Federal y La América, donde publicó una serie de artículos sobre literatura norteamericana.

Sin embargo, aunque llegó a ser redactor en algunas de aquellas publicaciones, Zenea necesitaba una tribuna propia para alzar su voz, y fundó y dirigió la Revista Habanera, que no tardó en ser clausurada por el capitán general Domingo Dulce.

En esa época, Zenea ya asistía a las tertulias de Nicolás Azcárate, fundador del Liceo de Guanabacoa y más tarde amigo de José Martí en México.

Zenea, al parecer, nunca llegó plenamente a las ideas independentistas, pero era contrario a que Cuba continuara perteneciendo a España. Ya se había acercado en los Estados Unidos a la corriente anexionista; designado por los exiliados cubanos de igual pensamiento, llegó como enviado de paz a un campamento mambí en la isla. Lo amparaba un salvoconducto del representante de España en Nueva York, pero, al ser detectado por las autoridades coloniales cubanas, el documento no le valió de nada y fue apresado de inmediato.

El poeta fue sometido a juicio, y como es de suponer, se presentaron toda clase de pruebas falsas contra él, con la intención de incriminarlo sin remedio y librarse definitivamente de aquella pluma tan molesta para la estabilidad política de la isla.

El proceso se dilató por varios meses, que debieron ser agónicos para aquel hombre de 39 años, encerrado en una celda en la que apenas podía ver el sol. No obstante, iluminado apenas por unas velas tras los barrotes de aquel recinto de piedra fría y rezumante de humedad, escribió varios poemas que fueron publicados póstumamente bajo el título Diario de un mártir.

¿Cuál fue, en realidad, el supuesto terrible delito de Zenea que lo hizo merecer la muerte por fusilamiento entre aquellos paredones de piedra inconmovibles, que tanta sangre han visto derramarse a sus pies durante siglos?

Nunca fue un revolucionario, un luchador por la independencia activo y peligroso, un insurgente alzado en la manigua, un miembro del Ejército Libertador; ni siquiera fue un conspirador activo. Pero la importancia y peligrosidad de los intelectuales como conciencia crítica de la sociedad quedó definitivamente plasmada en aquella horrible frase de Göring, uno de los más altos generales del nazismo alemán: “Cuando oigo hablar de cultura, saco mi pistola”. Porque la palabra es un arma terrible, y Zenea era el poeta más influyente de Cuba en aquel momento, y uno de los periodistas más incordiantes para el régimen colonial. Fue fusilado con otros 10 reos; su espalda contra la piedra helada de los fosos.

Su poema Fidelia es considerado su obra cumbre, y ciertamente lo fue, al menos del romanticismo cubano. Quiero reproducirlo por su tremenda belleza y su perfección formal, que deben conocer las nuevas generaciones de cubanos. Pero también porque siento unos oscuros vasos comunicantes con el poema El cuervo, del norteamericano Edgar Allan Poe, en la reiteración de los ritmos y el uso de lo que ha dado en llamarse verso martillo, porque cada cierta cantidad de estrofas golpea una y otra vez el oído del lector. He aquí unos fragmentos:

FIDELIA

¡Bien me acuerdo! ¡Hace diez años!
¡Y era una tarde serena!
¡Yo era joven y entusiasta,
pura, hermosa y virgen ella!
Estábamos en un bosque
sentados sobre una piedra,
mirando a orillas de un río
como temblaban las hierbas.

¡Yo no soy el que era entonces
corazón en primavera,
llama que sube a los cielos,
alma sin culpas ni penas!
Tú tampoco eres la misma,
no eres ya la que tú eras,
los destinos han cambiado:
¡yo estoy triste y tú estás muerta!

………………………………………

No consultamos entonces
nuestra suerte venidera,
y en alas de la esperanza
lanzamos finas promesas;
no vimos que en torno nuestro
se doblegaban enfermas
sobre los débiles tallos
las flores amarillentas.

Y en aquel loco delirio
no presumimos siquiera
¡que yo al fin me hallara triste!
¡Que tú al fin te hallaras muerta!
Después en tropel alegre
Vinieron bailes y fiestas,
y ella expuso a un mundo vano
su hermosura y su modestia.

………………………………..

Juzgué su amor por el mío,
entibióse mi firmeza,
y en la duda del retorno
olvidé su imagen bella,
pero al volver a mis playas,
¿qué cosa Dios me reserva?...
¡Un duro remordimiento,
y el cadáver de Fidelia!

……………………………………..

Las campanas de la tarde
saludan a las tinieblas,
¡y en los brazos del reposo
se tiende naturaleza!...
¡Y tus ojos se han cerrado!
|Y llegó tu noche eterna!
¡Y he venido a acompañarte,
y ya estás bajo la tierra!... 

¡Bien me acuerdo! Hace diez años
de aquella santa promesa,
y hoy vengo a cumplir mis votos,
¡y a verte por vez postrera!
Ya he sabido lo pasado...
Supe tu amor y tus penas,
…………………………
Mas... lo pasado fue gloria,
pero el presente, Fidelia,
el presente es un martirio,
¡yo estoy triste y tú estás muerta!

 

(Gina Picart Baluja. Fotos: Facebook)

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FNY

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