Crónica social: espejo dorado de La Habana neocolonial burguesa

Crónica social: espejo dorado de La Habana neocolonial burguesa

Durante la primera mitad del siglo XX, en la república neocolonial cubana, la crónica social se convirtió en un género periodístico que retrató con lujo de detalles la vida de la élite habanera.

Más que una sección de entretenimiento, fue un espejo dorado donde la aristocracia criolla se miraba, se celebraba y se perpetuaba.

La Habana republicana vivía entre la bonanza del azúcar y la influencia estadounidense.

En ese contexto, sobresalieron publicaciones como Diario de la Marina, El País, Excélsior, El Mundo y El Fígaro, que dedicaban amplios espacios a la crónica social.

Bautizos, bodas, fiestas de 15 años, banquetes y presentaciones en sociedad eran reseñados con detalle, acompañados por fotografías que mostraban vestidos, joyas y decorados fastuosos.

El cronista social debía tener carisma, acceso a los círculos privilegiados y una pluma hábil para convertir lo cotidiano en glamoroso.

Emilio Roig de Leuchsenring, historiador de La Habana, criticaba el género por su exceso de adjetivos y sustantivos, señalando que muchas personas asistían a eventos solo para verse al día siguiente “en letra de molde”.

Las damas no solo querían ser mencionadas, sino descritas como “encantadoras”, “radiantes” o “de exquisito gusto”. Los caballeros eran “distinguibles por su porte” o “de conversación culta”.

El lenguaje era tan florido que, según el periodista Juan Marrero, rozaba la cursilería y la ridiculez.

Los escenarios de estas crónicas eran los grandes clubes habaneros —el Habana Yacht Club, el Vedado Tennis Club, el Country Club— y las mansiones de Miramar, El Vedado y el Cerro.

Allí se celebraban eventos que no solo eran sociales, sino también políticos y económicos. Elevaba el perfil del acontecimiento la presencia de un embajador, un empresario o una estrella de Hollywood.

Fundada en 1916 por el caricaturista Conrado Massaguer, la revista Social fue el epicentro de la crónica social ilustrada.

Con un diseño gráfico de vanguardia y colaboraciones de figuras como Roig, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier, logró combinar frivolidad con contenido cultural y político.

En sus páginas convivían reseñas de fiestas con artículos sobre la Revolución del 33, la dictadura de Gerardo Machado y la experiencia soviética.

Fue una publicación que, aunque nacida para retratar la alta sociedad, evolucionó hacia una plataforma de pensamiento progresista.

Con el triunfo de la Revolución cubana en 1959, la crónica social burguesa desapareció. Las publicaciones que la sustentaban fueron cerradas o transformadas, y los protagonistas de aquellas páginas —los apellidos ilustres, las damas de sociedad, los caballeros de club— se esfumaron del paisaje mediático.

Lo que quedó fue un archivo fotográfico y textual que hoy sirve como testimonio de una época marcada por el oropel, la ostentación y la lucha de clases. La crónica social, aunque superficial, se convirtió en documento histórico.

Hoy, revisitar esas crónicas permite entender cómo se construía el poder simbólico en la república neocolonial.

Cada adjetivo, cada foto, cada lista de invitados era una declaración de estatus. Y aunque muchos las consideren frívolas, también revelan las tensiones sociales, los códigos de clase y los mecanismos de exclusión que definieron la Cuba de entonces. (Gina Picart Baluja. Foto: tomada de Cubaperiodistas)

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