En el centro histórico de La Habana, se vivió una jornada diferente, un silencio distinto, una luz que ni el mismo sol pudo explicar.
Fue como si la ciudad entera se hubiera detenido a significar
que, en el Jardín Madre Teresa de Calcuta, reposan desde este jueves los
restos de Eduardo Torres Cuevas (1942-2025): historiador eminente,
maestro generoso y figura esencial de la cultura nacional.
El acto de inhumación, sencillo y sereno, reunió a
familiares, colegas, discípulos y amigos que acudieron a dar el último adiós
para el que no hubo solemnidad impostada, sino un murmullo de gratitud
compartida, la certeza de que Cuba despide a un hombre que consagró su vida a
estudiar, comprender y narrar la historia desde una mirada crítica y, a la vez, profundamente humanista.
Su voz, tantas veces escuchada en aulas, libros,
conferencias y labores directivas, resonaba en la memoria de quienes lo
acompañaron; porque cada palabra recordada era eso: un eco de su vocación
docente, de su pasión por rescatar —reivindicar, quizás— a los próceres, a los
pensadores y a los movimientos que han forjado la identidad de la nación.
No han faltado las evocaciones de estos días ni el recuerdo
de su entrañable amistad con Eusebio Leal Spengler (1942-2020), el “eterno
novio de La Habana”, con quien compartió proyectos, sueños y la convicción de
que no trabajaron por un mero registro del pasado, sino por legar un
instrumento para comprender el presente y orientar el porvenir.
Esa hermandad intelectual y afectiva se percibió en cada
gesto de quienes acudieron al camposanto, como si en aquel jardín se
encontraran los espíritus afines que ahora reposan en un mismo ámbito de
memoria: Emilio Roig de Leuchsenring, Octavio Cortázar, Vicente Feliú,
Marta Arjona, Juan Vicente Rodríguez Bonachea, Liborio Noval, Max Lesnik y
tantos más.
No fue solo un rito fúnebre el de esta fecha de sepelio; fue
también la confirmación de un legado: en la obra de Torres Cuevas queda
inscrita la certeza de que la historia de Cuba es inseparable de sus luchas
por la justicia, la dignidad y la libertad; magisterio que formó
generaciones de investigadores; páginas que acompañan la mirada de un país que
se reconoce en sus tiempos.
Allí, en el jardín donde descansará el orador impenitente de
verbo centelleante, bajo la sombra de los árboles y en medio de flores
sencillas, la tierra guarda celosamente la aparente quietud de quienes han
marcado la nación con su talento, su entrega y su ejemplo.
Este jueves, justo el día en que hubiera cumplido 83 años de
edad, Eduardo Torres Cuevas se suma a esa compañía ilustre.
Su despedida no deja un vacío, sino una herencia de
pensamiento y amor a la patria que permanecerá viva en la anécdota
colectiva.
En ese rincón sagrado de La Habana, donde convergen recuerdo
y naturaleza, se selló la absoluta permanencia: descansa en paz el historiador,
el maestro, el cubano esencial.
Con él, se fortalece la certeza de que la historia, cuando
es vivida con pasión, se convierte en un legítimo acto de fe de quien amó a
Cuba por sobre todas las cosas, a la que entregó lo mejor de su ser, y que
lamentó abandonar en tan difíciles circunstancias. (Redacción Digital,
con información de la ACN. Foto: Facebook)
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