Mosquitos Republicanos

Cuba, por ser una isla de clima tropical larga y estrecha, siempre constituyó una pasarela glamorosa para nubes de mosquitos que ya atormentaban a taínos y siboneyes a la llegada de los españoles, y que llevaron a estos a la desesperación durante siglos, junto con la población criolla, sobre todo la más pobre de pescadores que residían en pequeños caseríos costeros como los que estaban a la entrada del Monte Vedado, Batabanó y otros muchos.

Manglares protegen las costas a la vez que hospedan a poblaciones de mosquitos. Foto: Citmatel

Hace años, asistí a un almuerzo por algún evento periodístico, en algún punto cercano a Guanabo, donde había un instituto de no recuerdo qué, y muy cerca, se conservaba un área de bosques originarios cubanos en la que solo se podía entrar con trajes de protección especiales, pues allí vivía la fauna primigenia, y desde luego, aún el mosquito de los tormentos ontológicos.

Solo de una mirada, por muy curiosa, enamorada y periodística que fuera la mía, se le quitaban a uno las ganas de transgredir la prohibición, tal era el potente zumbido del vuelo de aquellos insectos insidiosímos,, que podíamos escuchar aún desde el restaurante donde se celebró la actividad y el almuerzo final.

La ciudad de La Habana es costa baja, ahora no pensamos tanto en eso porque creemos en la nunca garantizada protección de los muros del Malecón, pero… es costa de manglares, arrecife, diente perro, y una bahía de poco calado que fue zona pantanosa durante mucho tiempo.

Por su condición de puerto de mar –a los habaneros siempre se nos olvida que somos unos sacrificados porteños- siempre estuvo marcada por la plaga de mosquitos. 

En la república, el problema se convirtió en asunto de salud pública y de prestigio internacional. La ciudad era puerta de entrada al Caribe, pero también foco de enfermedades como la fiebre amarilla y el dengue.

Desde principios del siglo XX, tras la independencia, los gobiernos republicanos heredaron la preocupación sanitaria que había comenzado con la ocupación norteamericana.

Fue entonces cuando se consolidó la idea de que combatir al mosquito era combatir la enfermedad.

Las campañas eran intensas y visibles. Brigadas municipales recorrían los barrios, inspeccionando cisternas y depósitos de agua. Se imponían multas a quienes mantenían criaderos. 

Los periódicos publicaban avisos exhortando a la población a tapar los barriles y limpiar los patios. La lucha contra el mosquito era también lucha contra la desidia y la posibilidad de una picada que significaba muerte segura.

La Habana republicana se convirtió en laboratorio de medidas sanitarias. Se usaban fumigaciones con petróleo y con insecticidas rudimentarios. Se drenaban zanjas y se rellenaban charcos. 

Los médicos higienistas, formados en la Universidad de La Habana, insistían en que la ciudad debía ser “civilizada” desde el punto de vista sanitario.

La figura del doctor Carlos J. Finlay, descubridor del papel del mosquito en la transmisión de la fiebre amarilla, seguía siendo referencia. 

Aunque había muerto en 1915, su legado inspiraba las campañas republicanas. Los gobiernos lo citaban como símbolo de ciencia nacional, y su teoría se aplicaba en cada brigada que recorría la ciudad.

La lucha contra los mosquitos era también política. Los alcaldes y presidentes querían mostrar que la república podía garantizar salud y modernidad. La Habana debía ser un puerto seguro para el comercio y el turismo. Por eso, las campañas se anunciaban con bombos y platillos, aunque muchas veces la realidad era más difícil: barrios pobres seguían siendo focos de infección.

Los periódicos de la época narraban con detalle las fumigaciones y los operativos. Se hablaba de “guerra contra el mosquito”, como si fuera un enemigo militar. 

La metáfora era clara: la república debía defenderse no solo de conspiraciones políticas y apetencias extranjeras, sino también de plagas biológicas.

A pesar de los esfuerzos, las epidemias no desaparecieron. El clima tropical y la precariedad urbana hacían que los mosquitos siguieran proliferando. Pero las campañas dejaron huella: crearon conciencia ciudadana y consolidaron la idea de que la salud pública era responsabilidad del Estado.

La Habana republicana, con sus brigadas de fumigadores y sus inspectores de cisternas, fue escenario de una batalla constante. Una batalla que mostraba la fragilidad de la ciudad y la voluntad de modernizarla. 

El mosquito era enemigo invisible, pero también símbolo de atraso. Combatirlo era, en el fondo, combatir la imagen de una Habana insalubre.

Creo que la década del 50 fue la más exitosa en cuanto a control de mosquitos y otros vectores, o al menos así lo recuerda mi memoria de infancia, cuando desde el balcón del apartamento de mis abuelos en La Asunción, antigua laguna pantanosa, dos veces a la semana un ruido familiar anunciaba la aparición del “carrito del humo”, tras el que corrían niños alborozados, y envolvía mi reparto en nubes de una niebla olorosa a petróleo, tal vez. 

Como yo no podía unirme a los pequeños perseguidores –no se me permitía bajar a la calle-, aplaudía desde mi altura como una soberana que premia a súbditos puntuales y obedientes.

 Por las noches mi casa se llenaba de mosquiteros, pero en realidad no hacían mucha falta, porque aquellos mosquitos, aparte de una ronchita roja que nos dejaban sobre la piel como recuerdo, no hacían más daño que la molestia de aplastarlos con el famoso matamoscas que había en todas las casas.

No entiendo por qué los mosquitos de hoy se han llenado de perversidad, y repostan virus en cada vuelo para desparramar esta carga tan letal sobre la isla, pero la condición de puerto de mar no nos la quita nadie, así que seguiremos conviviendo con ellos mal que nos pese, Let It Be, como dice la canción de The Beatles.

https://rciudadhabanaoficial.blogspot.com/2025/09/cojimar-celebra-el-dia-mundial-de-la.html

Por Gina Picart 

SST - JCDT


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