Sería interesante conocer el punto de vista que Julián del Casal, hombre de la época y, contemporáneo de aquellos aristócratas hoy desaparecidos, tenía sobre el colapso que provocó su extinción.
La lista de antiguos nobles
cubanos, que es tan larga como la de los archiduques de Austria, va
disminuyendo de día en día:
“Algunos herederos (…) han dejado caducar sus títulos. Otros varios (…) viven hace tiempo oscurecidos (…). La antigua nobleza de Cuba, compuesta de familias cubanas, está condenada desde hace algún tiempo, ya por su posición social, ya por razones políticas, a ver elevarse al lado suyo, otra nueva nobleza formada por ricos burgueses sin más títulos que los de sus fortunas. Como las palmeras de nuestros fértiles campos (…) ven levantarse rápidamente a la sombra de sus penachos verdes innumerables yerbas parásitas, trasplantadas de otros climas por el viento tempestuoso de las altas regiones.”
Aunque no conocía el marxismo, la
lucidez de Julián del Casal le permitió percibir cómo las secuelas ruinosas de
las guerras de independencia y la intervención de los Estados Unidos en los
asuntos de Cuba fueron decisivas para activar el mecanismo histórico de la
sustitución de una clase social por otra.
Las yerbas parásitas
trasplantadas a Cuba por los vientos de las altas regiones no son otras que los
grupos de especuladores y comerciantes de orígenes oscuros, quienes, colgados
de los faldones de la levita interventora del americano, amasaron en tiempo récord
cuantiosas fortunas, las cuales luego dedicaron a rodearse de lujo y boato y
ostentación como soportes para sus pretensiones de hacer carrera política.
Como un eco trágico de las
palabras de Julián del Casal, Tomas Ely cuenta -en su libro Cuando reinaba su majestad el
Azúcar- cómo durante los viajes que realizó a la isla con el fin de
buscar material para su obra, se encontró con descendientes de muchas familias
de brillante prosapia viviendo absolutamente empobrecidos en barrios
marginales, alcoholizados, degenerados y ya sin rastro de su noble condición.
Ely afirma que la propensión que sentían muchos patricios
criollos de gastar rápidamente sus herencias en una vida de boato y festejos
interminables dio al traste con aquellas fortunas inmensas amasadas en el plazo
de una generación y dilapidadas en pocos años por descendientes vanidosos e
irresponsables, quienes además de derrochar a manos llenas sus doblones,
ponían sus bienes en manos de administradores inescrupulosos y se negaban a
atender personalmente sus negocios y propiedades, arrastrados por un vértigo
insaciable de placeres que los exprimía y aniquilaba como el trapiche a la caña,
dejándola convertida en vil bagazo.
No de balde surgió aquel refrán
que reza con cáustico humor criollo: “padre negrero, hijo millonario, nieto
pordiosero”.
También es interesante citar lo
que, sobre el tema de la desaparición de nuestra aristocracia, escribe Carlos
del Toro en su obra ya citada, cuando dice:
“Con el establecimiento de la República neocolonial no desapareció la aristocracia nobiliaria en Cuba. A pesar de los fallecimientos de titulares nobiliarios sin hijos o cuyos herederos renunciaron o no reclamaron la categoría, así como el traspaso de esta a ciudadanos de otra nacionalidad (española principalmente), o la fijación de la residencia permanente de algunos nobles cubanos en el extranjero, se mantuvo la supervivencia de una élite aristocrática. Su membresía la integraron ciertos descendientes de la vieja burguesía colonial y de la nueva generación de capitalistas republicanos.”
Pero ya en la década de los 50,
concretamente en 1953, aparecen
registrados por Del Toro los últimos aristócratas vivos con residencia en la capital
habanera. Fueron ellos José Baró Erdman, IV vizconde de Canet de Mar y
marqués de Santa Rita; José María Chacón y Calvo de La Puerta, VI conde de Casa
Bayona; Joaquín Gumá Herrera, VII marqués de Casa Calvo, y Rodolfo Peñalver
Hernández, VI conde de San Fernando.
Absorbidos por una voraz dinámica
social, los aristócratas cubanos murieron sin descendencia, emigraron o se
diluyeron en la pleamar de una emergente burguesía portadora de los valores del
american way of life. (Gina Picart. Foto: Habana Radio)
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