Nadie mejor que los cronistas para contarnos cómo era
el centro comercial de La Habana en el pasado, y ¿quiénes con mejor gusto y
savoir vivre que Julián del Casal y Renée Méndez Capote para describírnoslo,
engolosinándonos con sus narraciones detalladas y bordadas con toda clase de
adornos y sutilezas?
Así describe Casal la visión de un
escaparate de tienda especializada en la venta de objetos primorosos, entre ellos las
japonerías tan de moda en aquel tiempo en una Habana que seguía con entusiasmo
las corrientes finales del art nouveau europeo y el descubrimiento cultural de
Asia:
“Dentro del escaparate de una tienda lleno de
brazaletes de oro, esmaltados de zafiros y rubíes, que fulguraban en sus
estuches de terciopelo azul; de rosarios de coral engarzados en plata, que se
enroscaban en sus conchas nacaradas; y de lámparas de alabastro con pantallas
de seda rosada que aguardaban la noche para abrir sus pupilas amarillas, he
visto esta mañana, al salir de paseo, un búcaro japonés digno de figurar en tu
alcoba blanca (…) Sobre el esmalte vede Nilo fileteado de oro que cubría el barro
se destacaba una Quimera de ojazos garzos, iluminados por el deseo de lo
prohibido; de cabellera rubia destrenzada, por las espaldas; de alas de
pedrería ansiosas por remontarse, y de dedos de uñas largas enrojecidas de
carmín, deseando alcanzar con el impulso de la desesperación una florecilla
azul de corazón de oro, abierta en la cumbre de un monte nevado sin poderlo
conseguir”.
Y aunque no exactamente en Obispo,
sino en O ‘Relly entre Bernaza y Villegas, describe también Casal:
“…la casa marcada por el número 108, donde se halla
establecido, con el título de La Paleta Dorada, un almacén de objetos
artísticos, que atraen nuestras miradas, solicitan nuestra atención y nos
retienen largo rato delante de ellos. Es uno de los mejores de Las Habana. Todo
lo que se encuentra en él no solo es del mejor gusto, sino que lleva el sello
europeo y es de la mejor calidad.
“Cada vez que se entra en él hay algo nuevo que
admirar. Las mercancías se renuevan, en poco tiempo, con pasmosa facilidad,
tanto para ceder el puesto a otras más recientes como por el consumo que se
hace de ellas. Algunos permanecen pocos momentos, porque al salir de la caja en
que vienen encerradas, se las disputan los compradores que de antemano tenían
noticia de su llegada.
“Penetrando en su interior, la fantasía retrocede
acobardada y el deseo vaga, como aturdida mariposa, de objeto en objeto, sin
saber en cuál ha de fijar su elección. Y si se elige uno, al día siguiente se
vuelve por otro, hasta que poco a poco, se compra algo de cada sección.
“La casa está dividida en tres secciones: la de
grabados, óleos y marcos, la de muebles y tapices y la de objetos de cartón de
piedra.
“En la primera, sobresalen las copias de cuadros
célebres, magníficamente sacadas, que nos fingen estar en un museo; los
paisajes diversos, firmados por conocidos pintores, que nos transportan a los
hielos de regiones lejanas o a los bosques perfumados de nuestros campos; y una
variedad infinita de todas clases, formas y dimensiones, capaces de satisfacer
el gusto más difícil.
“En la segunda se destacan unos
divanes orientales, forrados de diversas telas, bajo las cuales pueden
ocultarse esos almohadoncillos rellenos de polvos olorosos que producen tan
agradables sensaciones. Es un mueble que le debiera encontrarse aquí en todas partes. Además de
ser elegante, brinda al cuerpo toda clase de comodidades, llegando a ser más
necesario en ciertos momentos que el mejor lecho o el mejor sillón. Hay
también, en este departamento, unas butacas y unos biombos que, si tuviera
espacio, me detendría a describir. Lo mismo digo de los tapices y colgaduras.
“En la tercera, situada al fondo de la casa, se
encuentra el depósito de cartón de piedra, sustancia que sirve para hacer esos
rosetones de los cuales penden las lámparas, y esas molduras caprichosas que
decoran el techo de los salones. Puede aplicarse para hacer otros objetos.
Todas las principales casas habaneras encomiendan a esta los trabajos de esta
clase”.
Y unas pocas décadas después, cuenta Renée Méndez
Capote:
“En 1915 todavía el cubano miraba
hacia Francia como punto focal de la cultura; se aprendía preferentemente el
francés; se
importaban telas, comestibles, vinos, modistas y sombrereras francesas. Lo
yanqui aún era ignorado o despreciado como cosa inferior. En el terreno de la costura
no había mujer cubana rica, mediana o pobre que concibiera siquiera las
confecciones norteamericanas, que estaban lejos de haber conquistado el mercado
cubano. Las telas de seda venían de Francia; el olán y el nansú, la muselina y
el organdí, el velo de religioso y los casimires, para la ropa de hombre, de
Francia e Inglaterra; los encajes de Bélgica; la ropa de cama de puro hilo y
primorosamente bordada, de España. Los buenos zapatos se hacían en el país por
magníficos zapateros, a mano y en pieles importadas de Europa. Yo recuerdo el
desprecio de mi madre y de todas las cubanas de su tiempo por la ropa hecha en
los Estados Unidos. Mi madre decía que esa era ropa de esquifación, decía que
esa clase de costura llevaba la ropa que mi abuelo y sus amigos distribuían en
sus dotaciones de esclavos dos veces al año.
“Había un cuerpo de costureras en La
Habana, mulatas en su mayoría, que cosían exquisitamente a mano, porque la
costura a máquina no era todavía aceptada por la mujer cubana. Bordaban las
bordadoras como las hadas, y se hacían encajes tan finos como los de más fama
en los países tradicionalmente célebres por sus encajeras. Por supuesto, ellas que conocían
los secretos de las labores a mano, gustaban de los secretos del buen vestir.
Desde niña a mí me fascinaban los buenos zapatos, y mi madre solía una cosa que
prueba la veracidad de este aserto: ¡Niña, como te gustan los buenos zapatos
lindos! Pareces una mulata del Manglar”.
“Las calles del Obispo y la de O Relly eran el centro
del comercio y de la moda, como lo eran de las Secretarías del Despacho, de la
banca, los bufetes y notarías de prestigio; la farmacia más segura, la Jonson;
la mejor heladería y dulcería, El Moderno Cubano, en la calle del Obispo; la
mejor juguetería, El Bosque de Bolonia. En
cuanto a libros, La Moderna Poesía; la casa Wilson, del español Severino
Sollozo, repartidor durante el 95 del periódico Patria; y la casa Swan.
Efectos de sport, la Campion y Pascual, en ORelly. La paraguería Galatea, de
dos encantadoras hermanas francesas, Carolina y Noelí; y las joyerías y las
casas de arte y objetos para regalos, La Casa de Hierro y El Palais Royal.
Corseteras como madame Monin, sombrereras como madame Souillard; las hermanas
Tapie estaban, por excepción, en la calle de la Muralla, si mal no recuerdo;
las tiendas exquisitas eran La Villa de París, El correo de París y La Francia;
había una famosa sastrería de hombres, de Stein, en la calle de ORelly. Dos
modistas de gran fama, madame Laurent en ORelly y madame Marie Copin en Compostela
entre Obispo y Obrapía, completaban el centro comercial, distinguido, de la
época.” (Gina Picart. Foto: cuenta en Facebook de la Universidad de La Habana)
ARTÍCULO RELACIONADO