Rosalía Abreu y la habanera finca de los monos (+ fotos, III y final)


Con el tiempo Rosalía Abreu llegó a reunir en su propiedad la más grande colección de simios cautivos de que se tenía noticia en la época, unos doscientos que provenían de todas partes del planeta, entre los que había varias especies, algunas representadas por ejemplares muy pequeños, aunque no quedó evidencia de algún ejemplar del tamaño de una rana, lo cual puede ser otro de los muchos elementos fantasiosos que conforman la leyenda negra de Rosalía Abreu.

Pero en Las Delicias no solo reunió la dama simios. También tenía un oso pardo, un tigre y varios ejemplares de ciervos, caballos, conejos, perros, pavos reales, guacamayos, papagayos, gatos, gallos japoneses y hasta un pequeño elefante, a quien llamó Yumbito, del que se dice que inspiró a Walt Disney el tiernísimo y conmovedor personaje de Dumbo, el fantito volador. Los animales más peligrosos por su fiereza potencial o manifiesta vivían en jaulas metálicas reforzadas, pero provistas de todas las comodidades. Había también un cocodrilo, que habitaba en el lago de la propiedad.

La atenta observación de sus simios llevó a Rosalía a la conclusión de que poseían una inteligencia casi humana. Convencida de ello, dio comienzo a uno de los experimentos más osados que conoció la ciencia de su época. Eligió a los primates que daban muestras de una cognición mayor y fue adiestrándolos en tareas domésticas simples como lavar y planchar ropa, llevar vestimentas humanas, beber en vasos y comer en plato y con cubiertos, montar bicicleta dentro de la propiedad, fumar en pipa, y cuentan quienes dicen haberlo presenciado que algunos llegaron a tocar guitarra y también el piano. Si se portaban “mal” o hacían diabluras incómodas, Rosalía los castigaba, pero si, por el contrario, sabían agradar a su dueña, ella los entraba a las habitaciones, donde encontraban colchones de plumas y juguetes que les encantaban.

Rosalía crio en Las Delicias tres generaciones de simios, entre los cuales hubo algunos con personalidades que merecen ser destacadas, en especial tres de ellos.

El chimpancé Jimmy era la mascota preferida de Rosalía.

Decorosamente vestido, la acompañaba en sus visitas, y cuando ella salía de compras, se dice que Jimmy viajaba cómodamente instalado en el asiento delantero del vehículo de su dueña, junto al chofer. Cuando ella terminaba de comprar, Jimmy se encargaba de cargar los paquetes y conducirlos hasta el auto y abrir la portezuela para que Rosalía se sentara.

La prensa de la época contaba que, durante las recepciones celebradas en Las Delicias, Jimmy recibía a los invitados elegantemente vestido, los saludaba con reverencias graciosas y les guardaba los bastones y sombreros.

Cuando los invitados se iban retirando, Jimmy devolvía a cada uno sus pertenencias del guardarropa, sin equivocarse jamás de propietario.

Jimmy era también, al parecer, un romántico, pues se enamoró perdidamente de una orangutana llamada Cucusa, y de la unión de la pareja nació el 27 de abril de 1915 el primer chimpancé procreado en cautiverio de que tiene noticia la ciencia. Rosalía lo nombró Anumá.

Al nacer, Anumá medía 53 centímetros de talla y 35 de circunferencia craneana, con un perímetro toráxico de 37 centímetros. A los 10 años, era corpulento y tenía más o menos la estatura de un adolescente.

Mimado y consentido por Rosalía y por los sirvientes de la mansión, creció libre y caprichoso, dando muestras de un carácter muy fuerte y travieso. Lanzaba frutas podridas y hacía toda clase de diabluras, y aunque Rosalía lo castigaba, Anumá parecía no tomárselo en serio y nunca cambió.

Un día, uno de sus guardianes, llamado Juan Lezcano, lo regañó. Anumá reaccionó con violencia, porque no estaba acostumbrado a ser tratado con severidad, y de un mordisco le arrancó al hombre dos dedos de su mano izquierda. Los guardianes de Las Delicias iban armados, por lo que Juan Lezcano sacó su pistola y disparó al aire para pedir auxilio, pero Anumá lo atacó de nuevo. Probablemente muy a su pesar, Lezcano se vio obligado a dispararle en defensa propia. El proyectil no interceptó los órganos vitales de Anumá y los médicos, previendo complicaciones, decidieron no extraerlo del cuerpo del primate, pero años después la bala se fue desplazando en dirección al corazón y una segunda cirugía se hizo inevitable. Por desgracia, Anumá no resistió la anestesia y falleció en el quirófano.

Al simpático y muy educado Jimmy y al violento Anumá, se suma un tercer personaje muy interesante. Se trata de Cholo. Esta historia fue contada en 1931, un año después de la muerte de Rosalía, en la revista madrileña Estampa:

Cholo estaba entre los orangutanes más inteligentes de Las Delicias y había sido entrenado por su dueña para desempeñar funciones casi de paje en el chateau. Rosalía le profesaba un cariño especial, y Cholo, haciendo honor a su condición casi humana, se enamoró de ella con una pasión fervorosa que, si en algún momento pudo resultar cómica para algunos, no tardó en degenerar en tragedia, pues el enamorado concibió unos celos terribles del administrador de la propiedad, con quien Rosalía se reunía a diario para darle instrucciones sobre su trabajo.

Un día Cholo entró en el despacho de Rosalía y tal vez vio, o le pareció ver, que el hombre se encontraba demasiado cerca de la amada, por lo que no lo pensó dos veces y saltándole encima, lo estranguló. Tal vez el crimen no ocurrió dentro de la casa ni frente a Rosalía, pero ocurrió. Rosalía alegó que se trataba de un crimen pasional y se negó a sacrificar a Cholo. A lo más que accedió fue a donarlo al Campo de Marte como castigo.

La comunidad científica internacional no pasó por alto el trabajo pionero de Rosalía Abreu. Ella recibió telegramas de felicitación del doctor Elie Metchnikoff, premio Nobel en Medicina; de William T. Harnaday, director del zoológico de Nueva York, y de otros reconocidos expertos pertenecientes a varios centros científicos.

En 1920, la Universidad de Yale y el Carnegie Institution de Washington enviaron a Las Delicias a Robert M. Yerkes con el propósito de estudiar el hábitat creado por la acaudalada criolla para sus animales y copiar su modelo para fabricar instalaciones similares en los Estados Unidos.

Yerkes, psicólogo, etólogo y primatólogo, era pionero en el estudio del comportamiento social de los primates y había creado en Yale un laboratorio de Biología de Primates, y también el Centro de Cría y Experimentación de Antropoides, en Florida.

Por el contrario de la sociedad habanera que había cubierto de burla a Rosalía, y de la prensa cubana de la época, que llenó sus páginas con caricaturas de ella como aviadora y rodeada de monos, Yerkes, tras una larga estancia en Las Delicias que se extendió hasta 1924, comprendió la enorme importancia del experimento emprendido por la dama, y lo calificó como el estudio antropológico más importante realizado hasta entonces.

Regresó de ese viaje decidido a observar a los primates en su hábitat natural. Comenzó adquiriendo de un zoológico dos ejemplares, Chim y Panzee. Los llevó a su casa, donde dormían en un dormitorio y comían con cubiertos en una pequeña mesa. Chim resultó especialmente maravilloso para Yerkes, y un verano que el mono y Yerkes pasaron juntos fue inmortalizado en su libro titulado Casi humano, que el científico dedicó a la cubana Rosalía Abreu.

Muchas fueron las personalidades científicas del mundo internacional que visitaron la que el pueblo había dado en llamar burlonamente “finca de los monos”. También recibió Rosalía en su chateau a personalidades de la aristocracia europea y la alta burguesía estadounidense, y del mundo del arte y la cultura.

Pero el testimonio más interesante se debe a la pluma de la gran creadora de la danza moderna, la bailarina norteamericana de origen escocés Isadora Duncan, mujer de sensibilidad profunda y exquisita que realizó una visita a Cuba. En su libro de memorias, titulado Mi vida, Isadora escribió:

Visitamos una casa, que estaba habitada por una representante de las más rancias familias cubanas, que tenía la manía de los monos y los gorilas. El patio de la casona estaba lleno de enrejados, donde guardaba a sus bestias favoritas. Era este uno de los sitios curiosos para visitantes. La dueña dispensaba a estos una pródiga hospitalidad.  Los recibía con un mono sobre el hombro y con un gorila que llevaba de la mano: los seres más domesticados de su colección, en la que había algunos que no eran tan dóciles y que, cuando las visitas pasaban por delante, se agarraban a los barrotes, lanzaban chillidos y hacían toda clase de muecas. Le pregunté si eran peligrosos, pero me dijo, con desenfado, que, aparte de escapadas ocasionales y algún guardián muerto, eran inofensivos. La noticia me intranquilizó y apresuré mi marcha.

Lo notable de esta señora es que era muy hermosa, con grandes ojos expresivos, culta e inteligente. En su casa se reunían las lumbreras literarias y artísticas. ¿Cómo, pues, explicarse su fantástico afecto hacia los monos y gorilas? Me dijo que en su testamento dejaba todo al Instituto Pasteur, para los experimentos relacionados con el cáncer y la tuberculosis. Me pareció una forma muy singular de demostrar a aquellos rudos su cariño póstumo.

Rosalía murió el 3 de noviembre de 1939, a los 68 años, y en coincidencia impactante con la partida de este mundo de Catalina Lasa, de quien había sido enemiga irreconciliable.

Se dice que, en su testamento, al cual no he tenido acceso ni encontrado fuente alguna que lo muestre, Rosalía legó a sus monos una gran parte de su fortuna.

También se afirma que donó su colección de animales al Carnegie Institute, una organización sin ánimo de lucro creada en 1902 en los Estados Unidos.

Lo cierto es que sus dos hijos no mostraron interés alguno en el legado de su madre. Muchos de los monos amados de Rosalía terminaron sus días en zoológicos y circos de aquel país.

Hay constancia de que el presidente cubano Gerardo Machado quiso construir un zoo con los animales de Rosalía Abreu, pero el proyecto se deshizo ante la falta de recursos.

Años más tarde, el científico cubano Moreno Bonilla descubrió en el zoológico de Filadelfia algunos ejemplares de aquella colección, y también comprobó que los orangutanes de Rosalía seguían reproduciéndose en cautiverio. Compró una pareja de ellos para el Jardín Zoológico de La Habana, y para perpetuar el nombre de sus progenitores, los llamó Guas II y Guarina II.

Vista de los jardines de la mansión.

Es muy de lamentar que la sociedad cubana, una parte de la cual se había educado en Europa y los Estados Unidos y por tradición heredada de la colonia era muy afrancesada, no fuera capaz de comprender a una mujer de la talla intelectual de Rosalía Abreu, y haya sido la comunidad científica extranjera quien prestigiara su trabajo y la colocara en el sitial de honor que ella merece como iniciadora de estudios pioneros en su tiempo.

Una de las esculturas que adornaban el parque del chateau y los jardines.

Siempre recuerdo que en alguna ocasión Martí se refirió a la isla como “la comarca demorada”, en alusión a lo mucho que tardaban en llegar al archipiélago cubano los avances, descubrimientos y creaciones mejores del resto del planeta. Pero la justicia ha sido hecha, porque, aunque tarde, llega. (Gina Picart. Fotos: Ecured y verbiclara.wordpress.com)

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