La profesora Tanalís Padilla, investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts y autora de numerosos libros, entre estos Una historia de las normales rurales, exaltó las vacunas cubanas contra la COVID-19, producidas en instituciones con sede en La Habana.
El diario local La Jornada insertó un artículo de la profesora de origen mexicano, en el cual resaltó el esfuerzo de Cuba en la confección de esos inmunógenos, y empieza con las entregas de lotes del producto a México.
Padilla recordó que, a finales de noviembre último, llegó a México el primer embarque de la vacuna cubana Abdala, una de las tres –junto con Soberana 2 y Soberana Plus– autorizadas por la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris).
A primera vista, señaló, parece sorprendente que Cuba, país pobre, asediado por el bloqueo estadunidense de seis décadas y que vive una aguda crisis económica, aparezca al lado de grandes potencias, como Estados Unidos, Reino Unido y China, en la lista de países que desarrollaron su propia vacuna.
Afirmó que la isla sobresale por su alto nivel de vacunación, con cerca del 86 por ciento de su población con las tres dosis, un nivel solo superado entonces por Emiratos Árabes Unidos.
Cuba, además, fue el primer país en vacunar masivamente a niños de hasta 2 años de edad, proceso que redujo la letalidad de la pandemia en la isla ya que, si bien la COVID-19 no los afecta con igual severidad que a la gente mayor, los pequeños sí son fuente de transmisión.
Recordó que, desde los años 80, la isla lleva desarrollando medicamentos y vacunas tanto para su propia población como para exportación y donación a otros países, y destacó en ese sentido la labor del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología y el Instituto Finlay de Vacunas, entidades ubicadas en La Habana.
Escribe de la trascendencia de la primera vacuna desarrollada a escala mundial en contra de la meningitis meningocócica (MenB), aplicada en Cuba desde 1989; la confeccionada contra Haemophilus influenzae tipo b (Hib), desde 2003; y la de la hepatitis B, desde 1992.
Dentro de las múltiples injusticias desenmascaradas por la pandemia está la desigualdad mundial que permitió a los países ricos adquirir y administrar vacunas de sobra para su población, mientras los países pobres fueron obligados a esperar, denunció la investigadora.
Para febrero de 2022, a casi dos años de haber sido declarada la pandemia, sólo 9.5% de la población de países pobres había recibido una dosis de la vacuna, y otra gran injusticia es la fortuna que adquirieron las industrias farmacéuticas, además bloquearon intentos por liberar la fórmula para que éstas se pudieran producirse masivamente.
Entre las razones de Cuba en la producción de sus propias vacunas es que no confiaban en que las pudiera adquirir de la comunidad internacional por el bloqueo económico, comercial y financiero que se intensificó en la pandemia y la apuesta a las suyas le dio resultados, no sólo para su propia población, sino para la de otros países que Estados Unidos también insiste en castigar.
Cuba ha enviado sus vacunas a Venezuela, Siria, Nicaragua y Vietnam; Soberana 2 se está produciendo en Irán. Además, desarrolló acuerdos con otros países para transferir su tecnología y proveer las vacunas a bajo costo.
En condiciones sumamente adversas, Cuba sigue sorprendiendo al mundo: con sus brigadas médicas internacionales, con sus innovaciones de medicina, con los altos índices de salud de su población. Sus vacunas contra la COVID-19 son otro recordatorio de lo que se puede lograr, si no se opera bajo la lógica capitalista.
(Redacción digital. Con información de PL)