Si al hablar de los 40 años de vida artística de Liuba Maria Hevia (La Habana-1964), nos limitáramos al análisis de su obra desde una perspectiva musicológica, evidentemente que nos quedaríamos a mitad de camino.
Aunque se parta de la evaluación de la estructura de sus canciones o se exalte su capacidad para motivar, con la dulzura del canto, el fluir de sentimientos profundos, la aproximación al inspirador universo humanista recreado por el talento de Liuba durante estas cuatro décadas, es imprescindible para poder visualizar el alma de los grandes cultores de la canción de autor.
La consecución de semejante línea de pensamiento nos permitiría, por una parte, alabar su coherente e impecable desarrollo como profesional a la vez que tendremos la seguridad de quedar hechizados por la presencia de singulares aristas inherentes a su desenvolvimiento como trovadora.
Si la aparición en el mercado de su primer disco Coloreando la esperanza (1993), fue motivo de una estimulante acogida por la inesperada entrega de hermosas canciones con una lirica de alto nivel poético, para el siguiente fonograma, Alguien me espera (1996), el impacto de este disco resultó francamente enaltecedor al constatarse que el complejo creativo Liuba Maria Hevia, implica la conceptualización de fundamentos relacionados con las razones mismas de nuestra existencia.
Tanta belleza acumulada en la magnificencia de sus canciones, plasmada en exquisitas melodías nacidas como espontáneamente desde los propios instrumentos musicales, nos revelan a través de sus textos una singular sabiduría, la que identificamos con mensajes proféticos acaecidos en un remoto pasado donde cantarle al esplendor de la vida, se consideraba como un don solo reservado para elegidos.
Por eso, cuando escuchamos el cantar de Liuba, no es necesario saber cómo se llama la canción interpretada ni mucho menos urge conocer exactamente, de qué disco ha sido tomada.
Siempre nos quedaremos con una certeza: el privilegio de recibir una carga de puro sentimiento, expresado a través de canciones personalizadas con la correspondiente dosis de ternura y elegancia que le distinguen. No por gusto a esta cubana de pura cepa, le tenemos prohibido recostarse en las llanuras de nuestros campos para no correr el riesgo que de su cuerpo le nazcan girasoles, palmas y mariposas.
De todos modos, temores como este los damos como inevitables porque en realidad, de solo mencionar el nombre de Liuba, ya tendremos a su corazón entre las manos, inundado por huellas de nuestra identidad. Entonces, sirva esta reflexión del Apóstol José Martí como el más cálido y sincero agradecimiento por todo el amor que nos entrega en sus canciones desde hace cuarenta años:
“Cuando nos cautiva una grandeza, cuando el corazón se mueve de regocijo, cuando muchas bellezas nos deslumbran, se siente amor, y esperanza, y orgullo por los demás, y fe en la gloria. Las pasiones malas huyen, los brazos se mueven inquietos por el deseo de abrazar, y la pasión buena, la fraternidad hermosa, hace nido y morada de nuestro corazón.”