Los cubanos somos uno de los pueblos más bailadores del mundo. O tal vez es uno de tantos mitos que rodean a todos los pueblos del planeta, pero en todas las crónicas escritas en la isla desde los primeros tiempos de la colonia, y en muchos documentos oficiales tales como quejas del Cabildo y los Ayuntamientos, y de particulares molestos por el ruido de las celebraciones, aparece esta obsesión que ha sido el baile en la isla a través de su historia:
La pasión dominante […] es el baile: todo el mundo baila en La Habana sin reparar en
edad, clase o condición, desde el niñito que apenas puede dar un paso, hasta
las viejas, desde el Capitán General hasta el último empleado. Las mismas
danzas se bailan en Palacio que en el bohío de un negro, y hasta los cojos, ya
que no pueden brincar, se contentan con menearse al son de la música. Todo el
día se oyen tocar las danzas, ya en las casas particulares, ya por los órganos
que andan por las calles, a cuyos sonidos suelen bailar los paseantes. Muchas
veces he pasado, a mediodía por una de aquellas calles que dan al circo, la
música ha herido mis oídos, un grupo de gente agolpado a una ventana me ha
llamado la atención; me he acercado a ver lo que era, y he visto una porción de
parejas bailando que era un gusto. Esta maldita costumbre de agolparse a las
puertas de las casas, sobre todo en las noches de baile, es muy común en La
Habana.
Así escribió Juan Pérez de la Riva en La isla de Cuba en el siglo XIX vista por los extranjeros, en descripción que bien pudiera retratar un momento de ahora mismo o, tal vez de los 70 y 80 del siglo XX, cuando se celebraban las fiestas de 15 años en casas particulares o locales alquilados, a cuyas puertas se apretujaba una multitud de autoinvitados que, al final, terminaban “colándose” y, si el espacio era reducido, se bailaba en la acera.
DEL DANZÓN AL CASINO
El baile cubano que mejor nos caracterizó en su momento fue
el danzón, pero, desde los años 50 del siglo pasado, es el casino.
Ambos tienen su
origen en las danzas europeas de salón, llamadas “de figuras”, aunque se
bailaban donde quiera, y si no, véase la descripción del baile de negros en la novela
Cecilia
Valdés.
Sobre los orígenes de la contradanza y otros bailes que influyeron
en la conformación definitiva del casino, puede decirse que esta se introdujo a
través de España y adquirió nuevas formas durante la estancia de los ingleses
en La Habana, quienes trajeron modos de baile campesinos de su tierra.
A ello se sumaron los
pasos y estilos de las contradanzas francesas traídas por quienes huyeron de la
Revolución haitiana y buscaron refugio en el oriente de Cuba.
El elemento más importante aportado por esta mezcla de bailes al casino fue su paso básico, que primero conformó el danzón, y consiste en avanzar o retroceder, alternando los pies en cuatro tiempos musicales.
LAS RUEDAS DE CASINO
Las famosas “ruedas” de casino tienen su origen en las
llamadas danzas “de cuadro” europeas, formadas por un número de parejas que
bailan, sincronizando los pasos y, entre ellas mismas, dirigidas por un maestro
de baile llamado “bastonero”. Este guiaba
las evoluciones de los bailarines para evitar que uno de ellos o una pareja
desentonara del cuadro general, se “perdiera” o equivocara.
Mi padre fue uno de los guías de ruedas casineras más
célebres de los años 50 en La Habana, y también dirigió la parte de la
coreografía que en mi fiesta de 15 estuvo dedicada al casino.
Muchos de mis amigos fueron directores de ruedas en fiestas
caseras, clubes y salones de hoteles o instituciones que se alquilaban para
tales celebraciones.
El casino es precioso de ver, con sus figuras elegantes y sus
airosas vueltas.
Extranjeros admirados
aseguran que nadie en el mundo puede bailarlo como lo hacen los cubanos.
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Parejas bailan durante un evento para intentar romper el récord Guinness de la rueda de casino más grande del mundo, en La Habana. Foto: Xinhua. |
En mis tiempos, ser un hábil casinero sumaba una enorme cantidad de puntos al capital social y la imagen pública de personas de cualquier sexo, pero, entre los adolescentes y los jóvenes, un bailador torpe era como un apestado, y con toda seguridad se quedaría sentado en la fiesta, muy cerca de las señoras que habían llevado a sus hijas o de los parientes de la festejada.
Y si el susodicho o la susodicha “patona” tenían la desgracia
de enamorarse de un casinero o casinera, antes de hablar ya estaba destinado al
rechazo más brutal.
En todos los grupos, era el convidado de piedra y terminaba
condenado al ostracismo.
Muchos se desconciertan si un cubano que se encuentre fuera
de Cuba confiesa que no sabe bailar; sin embargo, muchos no saben, y yo soy una
de ellos.
Hoy no se ven muchas fiestas caseras. Ahora la juventud va a discotecas, donde me cuentan que se baila mucho reguetón.
He observado en la televisión que, cuando hay grupos que por
alguna razón bailan en las calles, ya no se trata de rumba ni de conga, o al
menos no logro identificar como tales los movimientos espásticos que realizan
los bailarines, quienes agitan los brazos y las pelvis sin mucho ritmo y sin
dejar de caminar.
¿Ya no se baila casino en Cuba? No creo, y siempre que en una celebración una pareja “haga química” al bailar, en algún momento echarán un pasito de casino y otros se les unirán, porque el cubano lleva el casino en la sangre. (Gina Picart Baluja)
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