Los más trascendentales momentos de la vida están estrechamente ligados a las flores: nacimientos, bautismos, cumpleaños, la fiesta de quince (si es una joven), los primeros tiempos de un amor, las bodas, los ramos que llevamos a un enfermo para alegrar un poco su tristeza, la muerte en todas sus sedes…
Por ello, las ciudades tienen siempre jardines o floristerías.
La Habana, desde finales del siglo XIX, tuvo a El Fénix, posiblemente el negocio floral más importante de Cuba en
toda su historia.
El Fénix fue fundada en 1830 por Antonio Martín
Martín, presumiblemente un ciudadano español (aunque no encontré el dato exacto),
quien, con agudo instinto comercial, escogió
un emplazamiento inmejorable para su negocio: el entonces llamado Paseo Militar o de Tacón,
luego Carlos III y hoy Avenida Salvador Allende, en Centro Habana.
Ese espacio fue, en la época, el recorrido habitual de los entierros
que se dirigían al nuevo cementerio de Colón por el
célebre camino de San Antonio Chiquito.
El emplazamiento también quedaba frente a la desaparecida estación del ferrocarril de Marianao,
donde luego se construyó el mercado de Carlos III.
Aunque he encontrado en las redes cierta divergencia de opiniones sobre
la verdadera fisonomía original del edificio, existen fotos de 1910 que
muestran una edificación muy elegante con cúpula vistosa, columnas y pórticos
de aspecto neoclásico. Tal vez así fueron los jardines El Fénix en sus orígenes, pues el edificio que se les atribuye hoy
es de estilo Art Deco, de moda en el mundo en 1930, no antes. El Fénix está considerado por los
historiadores como el más antiguo negocio de su género en La Habana.
El propietario, inteligentemente, creaba en su tienda arreglos florales
al alcance de todos los bolsillos, pero era tal la exquisitez de su producción
que esa floristería se convirtió en la preferida por las clases altas de la
ciudad.
Todavía en 1890 aparecía Antonio al frente del negocio y, mientras este
existió, permaneció en manos de la familia Martín, aumentando cada día su
perfección y su selecta clientela.
El Fénix vendía jarras, bouquet, ramos de todas
clases -incluidos los de novia-, coronas fúnebres, etc.
Su gran calidad hizo que contara entre los jardines invitados a la Exposición Nacional de Agricultura, Industria, Arte y
Labores de la Mujer, celebrada en los predios de la Quinta de los
Molinos en 1911.
Con relación a esa exposición, encontré en las redes una información
muy interesante:
Erróneamente se ha considerado una de las fotos de dicha exposición, donde se puede apreciar un edificio que semeja un palacete renacentista, con una cúpula compitiendo en altura con nuestras cubanísimas palmas reales, como la antigua sede de la florería, pues el nombre de la misma se puede ver en la imagen junto a la construcción. En realidad, bajo la cúpula de dicho edificio, estaba escrito MUNICIPIO DE LA HABANA, ya que esta era la entrada a la parte expositiva de los comercios de la capital. La muestra del Jardín El Fénix se ubicaba justo al lado y de ahí el error que por años se ha divulgado sobre el edificio en las redes, adjudicándolo como la antigua sede de la floristería, cuando en realidad no lo era.
De cualquier modo, el edificio original fue derribado en la década del
30 del siglo pasado, y en su lugar se erigió uno mucho más simple en el estilo
ya mencionado, que todavía existe en el nro. 754 de la avenida Salvador Allende
y fue construido por el arquitecto Luis V. Betancourt.
¿Quién tomó esa decisión? No lo sé, pero en los albores del siglo XX,
la propietaria era la señora Juana Martín. El nuevo inmueble fue inaugurado en
1937 y contenía valiosos elementos arquitectónicos y decorativos de gran valor
patrimonial. Al respecto, también encontré algunas referencias:
El piso donde está el letrero con el nombre del establecimiento es de terrazo, por supuesto, color crema, con las letras formadas por teselas de color negro que crean el nombre en una caligrafía continua, con florituras en las letras capitales. Un poco más hacia dentro del local también se puede apreciar otro diseño en forma de triángulo equilátero, realizado con terrazo verde, que enmarca un bello trabajo ejecutado con teselas de varios colores, que forman un ave fénix renaciendo en medio de las llamas de sus propias cenizas.
Ya en las últimas décadas del XX, se creó una escuela de floristería
adjunta al negocio. Su principal patrocinador fue el gran actor y presentador
cubano Germán Pinelli. En 1959, cuando El
Fénix fue nacionalizado, sus dueños eran los hermanos Hilda y Antonio
Martín, hijos de Juana.
Como ocurre con muchos sitios emblemáticos, alrededor de El Fénix existen leyendas y anécdotas
muy pintorescas y curiosas.
Casi se ha vuelto parte de la historia folclórica habanera la leyenda
que envuelve a la célebre rosa Catalina Lasa.
Una versión dice que el segundo esposo de la bellísima Catalina, el
multimillonario Juan de Pedro Baró, encargó al célebre arquitecto paisajista
francés Forestier la creación de una nueva rosa muy especial para obsequiarla a
su esposa el mismo día que le abriría las puertas de una mansión que había
construido para ella en Paseo y 17, supuestamente la fecha en que la dama
cumplía años.
Otra versión, aún más fabuladora, cuenta que Baró encargó la rosa a
Forestier para que Catalina la luciera en su ramo nupcial, pero la pareja ya
había contraído matrimonio en el extranjero años antes y no celebró ninguna
ceremonia de casamiento en Cuba.
Y una tercera asegura que la creación de la magnífica flor la encargó
Baró a El Fénix, pero… El historiador
e investigador Oscar Ferrer Carbonell obtuvo, de manos de Natalia Lasa, sobrina
de Catalina Lasa del Río -a quien entrevistó en Miami-, documentos familiares
donde queda atestiguado que la historia de la célebre rosa, de textura suave y
armonioso tono jaspeado rosáceo amarillento, apareció en la vida de Catalina
Lasa del siguiente modo:
La familia de Roberto Q. Mendoza, todos íntimos de mi familia, tenían una florería en el Paseo del Prado en La Habana, y en las afueras poseían una finca de flores solamente. Habiendo traído de Hungría una rosa, esto ocurre alrededor de 1926, la rosa húngara se les dio de maravilla en el clima de Cuba. Un día por esa época tía Catalina se apareció en la florería y en la habitación al fondo, alrededor de una gran mesa, estaban sentados varios de los Mendoza admirando la nueva rosa, de tallo largo y color rosa pálido, y pensando qué nombre ponerle. En eso entra tía Catalina y todos gritan “Catalina Lasa”. Ella les pregunta “¿Qué ocurre?”, y le contestan ¡ya tenemos nombre para esta bellísima rosa! Ella fue a la florería, pues Roberto era experto en arreglos florales, y quería pedirle pasara por su casa pues tenía gran comida esa noche para el embajador americano y [ilegible] le arreglase las flores. Esta anécdota me la contó el mismo Roberto que fue amigo mío y terminó su carrera como embajador en Londres.
Tomo la cita de mi blog personal Hija del Aire, y es parte de una carta
familiar escrita para Natalia en Nueva York el 5 de diciembre de 1991 por otro
sobrino de Catalina, José María de Lasa. Como queda aclarado, la rosa Catalina
Lasa fue hecha en una floristería del Paseo del Prado y no en El Fénix, ni tampoco estuvo involucrado
ningún artista galo en su creación. Mucho menos Baró, aunque me da pena
deshacer uno de los más bellos mitos de esos amores habaneros convertidos ya en
leyenda. Sin embargo, sí es cierto que durante mucho tiempo las novias cubanas
llevaron en sus ramos nupciales esta flor, emblema de amor eterno.
Lo que sí resulta anécdota real y muy conocida es que en el cementerio
de Colón se encuentra una tumba llamada Del
Dominó, donde yace Juana Martín, quien, siendo muy apasionada de este juego
tan criollo, sufrió un súbito y fatal infarto en medio de una partida, mientras
sus dedos se crispaban con rabia sobre
la ficha del doble nueve, causante de la derrota que fulminó a la jugadora. Tan
asida estaba ella a la culpable que los funerarios no pudieron sacársela y hubo
que enterrarla con el doble entre sus manos. La célebre jardinera de mármol
con la forma de la ficha fatídica, que identifica la última morada de la
vehemente Juana, fue encargada por sus hijos en honor a la memoria materna, y
está considerada uno de los monumentos más raros, asombrosos y visitados de la
necrópolis habanera.
En 2016, el edificio que albergó a la floristería El Fénix y aún conserva su hermoso frontis decorado con motivos florales, estilo Art Deco, era una modesta panadería de colores chillones. Hoy no sé. Pero cuando pase el lector frente a él, recuerde (si la vio) aquella telenovela cubana basada en la novela Rosas a crédito, de la escritora francesa Elsa Triolet, protagonizada en nuestras pantallas por los entonces jovencísimos actores Susana Pérez -en el papel de la bella Martine Donell (Martin Perdida en el Bosque)- y Fidel Pérez Michel. Recuerden que los Donell eran una familia de tradición florista y el esposo de Martine creó para ella la rosa Martine Donell cuando ya la muchacha estaba muerta, como un último tributo a su memoria. Contemplen el antiguo Fénix y repitan en silencio un instante, breve como una flor, el epitafio grabado en la lápida de Martine: “Esparce rosas sobre su tumba, viajero”. (Gina Picart Baluja)