Durante una visita al Museo de la Orfebrería, situado en la habanera calle del Obispo, la contemplación de los sables trajo a mi memoria el tema de los duelistas en Cuba colonial y republicana.
Desde el siglo XVIII
hasta el comienzo del siglo XX, en las calles empedradas de La Habana o bajo el
sol inclemente de los campos cubanos, los duelos a espada o pistola fueron un
ritual de honor que mezcló pasión,
orgullo y política.
Hasta ese
entonces, Cuba vivió una época en la que caballeros —y no tan caballeros— resolvieron sus diferencias con acero y
pólvora.
Esos
enfrentamientos, más allá de su dramatismo, revelaban las tensiones de una
sociedad en transición: desde la férrea estructura colonial española hasta los
albores de una república marcada por luchas internas.
El duelo llegó a
Cuba como herencia europea, arraigada en los códigos de honor de la
aristocracia española y francesa. En la isla, sin embargo, adquirió matices propios.
Durante la colonia
(siglos XVI al XIX), los duelos eran comunes entre la élite criolla y los
funcionarios peninsulares, a menudo por conflictos de poder o por afrentas a la
reputación. Las espadas —símbolo de estatus— eran las preferidas, aunque en la
centuria decimonónica las pistolas ganaron terreno, especialmente entre jóvenes influenciados por el romanticismo.
Uno de los casos
más célebres fue el duelo entre Francisco de Frías y Jacot, Conde de Pozos Dulces, y un oficial español en 1840, tras una discusión en el teatro. Aunque
el conde era un reformista moderado, su enfrentamiento reflejó la brecha entre
criollos y peninsulares, un preludio de las guerras independentistas.
En las décadas
previas a la Guerra de los Diez Años
(1868-1878), los duelos adquirieron tintes políticos. Muchos independentistas,
como Ignacio Agramonte, eran diestros en el manejo de la espada, habilidad
aprendida en universidades españolas. Agramonte, de hecho, retó a varios
oficiales coloniales, combinando su destreza marcial con su fervor revolucionario.
Estos duelos no solo defendían el honor personal, sino que se convirtieron en actos simbólicos de resistencia.
No obstante, el
duelo también dividió a los cubanos. Algunos líderes, como José Martí, lo
criticaron como un vestigio feudal. En su ensayo El duelo, Martí lo tildó de “barbarie disfrazada de civilización”,
aunque reconocía su arraigo en la mentalidad de la época.
Tras la “independencia”
(1902), el duelo no desapareció, sino que mutó. En la turbulenta república
mediatizada, marcada por golpes de Estado y corrupción, políticos y periodistas
recurrieron a las armas para dirimir conflictos.
Un ejemplo fue el
duelo entre el presidente José Miguel Gómez y el líder opositor Alfredo Zayas en 1910, tras acusaciones de fraude electoral. Aunque ambos dispararon
al aire —un gesto común para "salvar el honor sin sangre"—, el
episodio evidenció la fragilidad de las instituciones.
La prensa de la
época, por su parte, alimentó docenas de desafíos. Redactores como Aurelio
Almeida, del diario La Lucha, desafiaban
a cualquiera que cuestionara sus artículos. En 1925, el poeta José Antonio
Ramos mató de un balazo al crítico literario José Manuel Poveda en un duelo en El Vedado, un crimen que
conmocionó a la intelectualidad habanera.
Aunque el duelo
fue un mundo predominantemente masculino, hubo excepciones. En 1896, en plena Guerra
de Independencia, la patriota Emilia Casanova retó a un oficial español que
insultó a su esposo, el general vasco-cubano Federico Fernández Cavada. El
militar se negó, pero el episodio, difundido por la prensa independentista, se
usó como propaganda para resaltar el coraje de las mambisas.
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Foto: Gina Picart Baluja. |
El declive del duelo comenzó a principios del siglo XX. En 1919, el presidente Mario García Menocal promulgó una ley que penalizaba los desafíos, aunque su aplicación fue irregular.
La influencia
estadounidense, con su pragmatismo, y el auge de movimientos sociales que
priorizaban la lucha colectiva sobre el honor individual, aceleraron su
desaparición. Para los años 40, los duelos eran rarezas, relegados a círculos
nostálgicos o a tramas de novelas.
El duelista
cubano sobrevivió en la literatura y el cine. En El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, un personaje se bate en
duelo en una Habana revolucionaria.
En 1964, el filme
El duelo, de Titus Viba, retrató un
desafío en la Cuba republicana, mezclando drama y crítica social.
Hoy, aunque las
espadas se guardan en museos, el duelo sigue siendo metáfora de una Cuba donde
el honor y la violencia fueron dos caras de la misma moneda.
Los duelistas
cubanos, con sus códigos y contradicciones, encarnaron un tiempo en el que el honor se medía en segundos y centímetros.
Su historia,
entre el romanticismo y la tragedia, es un espejo de las luchas por definir la
identidad de una nación: de colonia a república, de la espada a la palabra.
(Gina Picart Baluja. Fotos de portada: tomadas de La Jiribilla)
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