| Miguel Aldama, hijo de un vizcaíno y una criolla de la nobleza isleña, multimillonario nacido en La Habana. Foto tomada de Internet. |
El papel de los caudillos guerreros o ideológicos en nuestras guerras de independencia contra España se enseña en las escuelas mucho más que el silencioso, discreto y riesgosísimo papel jugado no por guerreros, sino por criollos millonarios que, casi en la sombra, dedicaron sus enormes fortunas de sacarócratas a colaborar con nuestra libertad.
Entre ellos destaca el acaudalado Miguel Aldama, hijo de un vizcaíno y una criolla de la nobleza isleña, multimillonario nacido en La Habana en 1821, a quien la Corona española concedió el título aristocrático de Marqués de Santa Rosa del Río, e incluso le llegó a proponer el cargo de gobernador civil de Cuba, que Aldama rechazó en una carta cortés, pero firme, donde se declaraba servidor de su patria y comprometido a no disimular la verdad.
Emparentado con el gran intelectual Domingo Del Monte y con el también millonario Miguel D'Embil, Aldama había construido un palacio fastuoso, con los últimos y más modernos requerimientos arquitectónicos del neoclacisismo de su época. Poseía ingenios y esclavos, pero conspiraba con otros criollos que habían desarrollado una conciencia política, y aunque en un inicio había sido favorable a la anexión de Cuba al Sur de los Estados Unidos, no tardo en sumarse a quienes clamaban por la rebelión contra el dominio español y la soberanía total de la isla.
El grupo se sabía vigilado por las autoridades, pero no cejó en su empeño.
Destinó enormes sumas de su caudal personal a la causa que había abrazado, sus balas fueron billetes y monedas de oro y plata donados a manos llenas.
Pero todo acabó el 24 de enero de 1869, cuando en ausencia de la familia Aldama miembros del Cuerpo de Voluntarios, policía paramilitar de comerciantes y dependientes españoles particularmente feroces, asaltaron su magnífica residencia con el pretexto de que algunos informes de espías señalaban que Del Monte había ocultado allí un alijo de armas para los insurrectos.
Si era o no cierto, dado que las edificaciones coloniales poseían pasadizos y túneles secretos donde las armas hubieran podido estar ocultas, nada fue hallado, salvo la colección personal de armas de Aldama, pero todo el lujo, objetos valiosos y oba de arte que encerraba la mansión fueron depredados sin el menor escrúpulo. Muy poco se salvó de la catástrofe, y sus propiedades fueron decomisadas.
Asediado ya al límite y en peligro su propia vida y la de sus allegados, el Gobierno de la República de Cuba en Armas le ordenó exiliarse en Nueva York, donde realizó tareas como el principal agente cubano en el extranjero.
Para desgracia de Cuba en armas, en el exilio Aldama coincidió con el general camagüeyano Quesada, cuñado de Carlos Manuel de Céspedes, Presidente de la República en Armas.
Quesada era un militar de carácter difícil y opiniones intransigentes, dominante, y poco diplomático, mientras que Aldama era un hombre ilustrado, refinado, pero no menos apasionado, y la colisión entre ambos fue inevitable.
La consecuencia de este fatal desencuentro fue que el exilio cubano se dividió en dos bandos abiertamente opuestos, lo cual repercutió en los mecanismos necesarios para preparar y enviar expediciones armadas a la isla.
Tras el Pacto del Zanjón, que permitía el regreso de todos los exiliados a la isla y autorizaba la devolución de sus propiedades confiscadas, Los Aldama regresaron, pero no a su palacio saqueado, donde ya nada quedaba de su antiguo esplendor. Nunca volvieron a residir en él.
No parece un acto de justicia histórica que Aldama haya pasado al imaginario del pasado colonial cubano como un esclavista explotador. La mayor parte de su fortuna la había heredado de su familia, y en cuanto a la acusación de esclavista, se conservan varias cartas que envió a sociedades abolicionistas de Madrid, Londres y París, a las que les otorgaba poderes para hacerse cargo del litigio por la libertad de sus esclavos, ya que él, por su condición de exiliado y perseguido político, no podía acudir en persona a ningún juzgado español, y en dicha correspondencia hacía énfasis reiterado en que sus esclavos ya eran libres por la Constitución de la República de Cuba, a la cual se adhería.
Cargado de años y con su salud muy resentida, Aldama, el hombre más rico de Cuba en su tiempo, dueño de una importante colección de obras de arte, una extensa biblioteca de más de tres mil tomos y otros bienes, incluidos cinco ingenios, más de 1500 esclavos y 238 900 pesos en acciones de diferentes sociedades ferrocarrileras, consideró regresar a los Estados Unidos, donde falleció en 1888, ya sin su antigua fortuna quemada en la hoguera de las guerras de Cuba.
Por Gina Picart
SST