| Merceditas Valdés, conocida como "La Pequeña Aché" de Cuba. Foto tomada de Internet |
En la historia cultural de Cuba, hay nombres que se pronuncian con reverencia porque abrieron caminos donde antes solo había silencio o prejuicio.
Uno de esos nombres es el de Merceditas Valdés, conocida como "La Pequeña Aché" de Cuba. Su voz, pequeña en volumen pero inmensa en fuerza espiritual, fue la primera que llevó los cantos yoruba y afrocubanos desde los patios y cabildos hasta los escenarios públicos y los discos comerciales.
Nacida en La Habana en 1922, en el barrio de Cayo Hueso, Merceditas creció rodeada de música popular y de las tradiciones religiosas que sus vecinos practicaban con discreción.
Desde niña mostró un talento especial para el canto, y pronto fue descubierta en los programas radiales de la época, como La Corte Suprema del Arte.
Allí, su timbre delicado y su afinación impecable llamaron la atención de músicos y etnólogos que veían en ella la intérprete ideal para dar voz a un repertorio que hasta entonces permanecía oculto.
El gran etnólogo don Fernando Ortiz, padre de los estudios afrocubanos, y el músico Obdulio Morales fueron quienes la impulsaron a cantar los cantos yoruba en público.
En un tiempo en que la santería era perseguida y considerada superstición, la decisión de Merceditas fue audaz y riesgosa. Ella aceptó el reto con humildad, convencida de que su voz podía ser puente entre lo religioso y lo artístico, entre lo popular y lo académico.
En 1949 grabó con la RCA Victor, convirtiéndose en una de las primeras cantantes en registrar en disco los cantos de santos y los toques de tambor.
Aquellas grabaciones, que hoy son piezas de colección, marcaron un antes y un después: por primera vez, la música yoruba entraba en los hogares cubanos a través de la radio y el fonógrafo. Su voz, acompañada de tambores batá, transmitía la fuerza del aché, esa energía vital que en la tradición yoruba sostiene el mundo.
Merceditas no fue una estrella de masas ni buscó la fama en los cabarets. Su escenario era más íntimo, más espiritual. Cantaba en teatros, en estudios de grabación, en ceremonias religiosas, siempre con la misma entrega. Su repertorio incluía cantos a Elegguá, Yemayá, Changó y otros orishas, interpretados con respeto y devoción.
Cada canción era un acto de resistencia cultural, una afirmación de que la raíz africana no debía ocultarse, sino celebrarse como parte esencial de la identidad cubana.
Su carrera la llevó a colaborar con grandes músicos como Mongo Santamaría, Guillermo Barreto y el grupo Yoruba Andabo.
En cada colaboración, Merceditas aportaba autenticidad y espiritualidad, recordando que la música no era solo entretenimiento, sino también memoria y legado.
La importancia de Merceditas Valdés radica en que fue pionera. Antes de ella, los cantos yoruba eran patrimonio exclusivo de los cabildos y las ceremonias religiosas.
Después de ella, se convirtieron en parte del repertorio nacional, reconocidos por instituciones culturales y apreciados por públicos diversos. Su voz abrió la puerta para que otros intérpretes y grupos afrocubanos pudieran presentarse en festivales, grabar discos y ser reconocidos internacionalmente.
En los años ochenta y noventa, ya mayor y con la salud resentida, Merceditas siguió cantando. Su presencia en el escenario era discreta, pero cuando entonaba un canto yoruba, el público sentía que algo sagrado estaba ocurriendo.
Era como si la tradición ancestral se hiciera presente en cada nota, como si los orishas mismos hablaran a través de su voz.
Merceditas falleció en La Habana en 1996, dejando tras de sí un legado inmenso. No acumuló riquezas ni palacios, pero sí acumuló respeto, gratitud y memoria.
Su nombre quedó inscrito como símbolo de la independencia cultural de Cuba: la mujer que liberó el canto yoruba de la marginalidad y lo colocó en el corazón de la nación.
Hoy, cuando se habla de identidad cubana, no puede olvidarse que esa identidad es mestiza, plural, y que en ella la raíz africana ocupa un lugar central.
Merceditas Valdés fue la voz que nos recordó esa verdad, la voz que convirtió la música yoruba en patrimonio compartido. Su aché sigue vivo en cada tambor, en cada canto, en cada celebración donde la cultura afrocubana se reconoce como parte inseparable de Cuba.
Por Gina Picart
SST