Breve historia del teatro cubano en la república (III y final)

Entre las instituciones teatrales creadas después de la Independencia de Cuba se cuenta la Sociedad de Fomento del Teatro, fundada en 1910 por Max Enríquez Ureña. José Antonio Ramos, Bernardo Barros y Luis Baralt, todos ellos profesores y hombres de letras.

Baralt es considerado por Ichazo como el verdadero precursor del nuevo teatro de arte en Cuba. En 1935, como homenaje a Lope de Vega, Baralt montó en la Plaza de la Catedral la obra Fuenteovejuna, y la puesta tuvo tal resonancia que movió a varios escritores y artistas a fundar el grupo La Cueva, que tuvo breve existencia, pero mostró caminos y ejerció cierta influencia sobre lo que vendría después en la escena cubana.

La actividad de La Cueva se inició con la representación de la obra Esta noche se improvisa, del gran dramaturgo italiano Luigi Pirandello, lo que demuestra la intención innovadora de la agrupación, que llevó también a las tablas obras de Martí, piezas de autores europeos del momento y La luna en el pantano, del propio Baralt, que Ichaso calificó en su reseña publicada en La Marina como “teatro cubano sin cubaneo” (se cuidó de especificar que lo cubano es profundo y el cubaneo superficial e irresponsable).

El célebre Teatro Universitario, dirigido en su comienzo por Ludwig Schajowicz y luego por el propio Baralt, también llevó a escena obras de carácter nacionalista, pero este grupo se dedicó fundamentalmente al teatro clásico, y dentro del mismo a la tragedia griega.

Quién que haya leído la novela El acoso, de Alejo Carpentier, puede olvidar aquella escena final donde el acosado ya lo ha perdido todo, y acorralado, desemboca en una calle lateral de la Plaza Cadenas en el momento en que se está llevando a cabo una representación de la Antígona* de Sófocles, y los versos resuenan en la noche como la mismísima voz de la Muerte. Este grupo llegó a tener una reputación de calidad tal que se le comparaba con las mejores agrupaciones extranjeras de su época.

En 1941 un grupo de devotos del teatro, como los califica Ichaso, constituyó el Patronato del Teatro, que llevó a las tablas importantes obras del teatro cubano y contó en su elenco a importantes actores y actrices del patio.

Por su parte, el proletariado no estaba culturalmente inactivo. La Sociedad de Torcedores era uno de los locales donde se realizaban con regularidad veladas artísticas de diversos géneros, y fue allí donde Paco Alfonso fundó su Teatro Popular, y ofreció algunas funciones.

La Academia de Artes Dramáticas, dirigida por el profesor español Rubia García, formó en sus aulas a algunos de los artistas y técnicos que tomarían sobre sus hombros la misión de renovar el teatro cubano, y el conocido crítico de cine Mario Rodríguez Alemán llegó también a dirigir la Academia Municipal de Artes Dramáticas, donde se realizó “una interesante labor didáctica y experimental ofreciendo frecuentemente funciones públicas con sus alumnos.

Aunque eminentemente una institución dedicada a la música, la Sociedad Pro Arte Musical tuvo también un espacio para el teatro, “consagrándose preferentemente en sus representaciones del teatro Auditórium al teatro español de repertorio.”

Hubo también una sociedad llamada Community House que se dedicó al teatro inglés contemporáneo. Esta sociedad tenía un grupo de teatro, The Little Theatre.

Por último, señala Ichaso “la tarea que a favor del buen teatro viene realizando el Instituto Nacional de Cultura con sus periódicas representaciones en el anfiteatro de y en el gran patio central del Palacio de Bellas Artes.” Esta institución llevó a escena, entre otras obras del teatro moderno, el misterio de Paul Claudel La anunciación de María.

Ichaso estaba consciente, y así lo reflejó en el artículo que gloso, de que el cine barrió con el teatro en la isla, y culpa por ello a los empresarios teatrales, quienes “no supieron resistir a esa competencia modernizando sus espectáculos e introduciendo en ellos todos aquellos elementos indispensables para que la comedia, el drama, la zarzuela y la ópera constituyeran oportunidades de diversión tan cómodas y gratas como las que ofrece el cine”.

A él le parecía que los nuevos grupos que iban surgiendo y que tenían el afán de renovar la escena cubana pecaban todos por su falta de periodicidad, lo cual en cierto modo disculpaba alegando que los gastos de las puestas en escena estaban sometidos a tarifas sindicales que hacían incosteable cualquier esfuerzo por mantener las piezas en cartelera, y menciona como ejemplo de ello los altísimos costos de las representaciones en el Auditorium, donde tenía su sede el Patronato de Teatro.

Y fue este mismo Patronato el que, en busca de soluciones alternativas, comenzó a ofrecer funciones en pequeñas salitas. La primera de ellas fue la sala Talía, “local de dimensiones modestas, pero muy moderno y confortable”, en el edificio del Retiro Odontológico.

El ejemplo de la sala Talía prendió en el mundo teatral habanero y en 1957, fecha del artículo publicado por Ichaso en La Marina, había, según cuenta del periodista, no menos de nueve de estos locales, en los que comenzó a gestarse rápidamente un franco cambio de rumbo del teatro cubano hacia la modernidad y la experimentalidad. Curiosamente, Ichaso apunta que en esa época el porcentaje de personas que acudían a las representaciones teatrales era más bien bajo, lo que se explica, tal vez, por el auge del cine y su influencia sobre una población cada vez más norteamericanizada en sus preferencias recreativas.

Por esa misma fecha abrió sus puertas la sala Huber de Blank. Curiosamente estas salitas estaban en su mayoría dirigidas por mujeres. Dora Mestre estaba al frente de Talía, y Ola de Blank de la sala que hasta hoy lleva el nombre de su padre. En estas pequeñas sedes fueron llevadas a escena Té y simpatía, del dramaturgo norteamericano Robert Anderson; Gigi, de Anita Loos y basada en la novela homónima de la francesa Colette, y El diario de Anna Frank.

En el momento en que Ichaso escribía su artículo estaba en cartelera en Talía Un tranvía llamado Deseo, del también norteamericano Tenesee Williams. La Hubert de Blank abrió sus puertas con Ana de Lorena, protagonizada por Raquel Revuelta, una de las más grandes figuras femeninas de las tablas cubanas. La obra obtuvo ese mismo año el Premio de la Crítica.

La sala Prometeo representó obras modernas de gran importancia como Delito en la isla de las cabras, de Hugo Betti, y Réquiem para una monja, del francés Albert Camus y basada en una novela de William Faulkner.

Ichaso incluye en su lista las salas Arlequín, El Sótano, Teda (representaba obras de Tenesee Williams); Las máscaras, grupo teatral dirigido por Andrés Castro, que llevó a escena Los padres terribles, de Cocteau y Las brujas de Salem, de Arthur Miller; la sala Atelier, que tuvo en su repertorio Infamia, de Liliiam Hellman, y La soprano calva, de Ionesco. Por último Ichaso menciona la sala Prado 260, dirigida por Adela Escarpín. Estos pequeños locales no se limitaban a ofrecer teatro foráneo, sino que promovieron insistentemente la creación de los dramaturgos nacionales.

Dos años después de la publicación de este trabajo, Cuba entró en Revolución, y el teatro nacional pasó a vivir otras etapas de su desarrollo histórico.

*Según he leído, los críticos no se ponen de acuerdo sobre cuál fue en realidad la tragedia griega que representaba en la Plaza Cadenas el grupo de Teatro Universitario la noche en que el protagonista de El acoso escuchó aquellos versos proféticos resonando en el silencio de la noche. Siendo fanática, como soy, de esa novela, he estado varias veces a punto de hacer cotejos para identificar los versos, pero hasta hoy nunca lo hice. (Gina Picart. Foto: Radio Habana Cuba)

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