¿Escribieron Proust y Joyce “para lectores” o solo querían mostrar su talento?
NO existe el libro que satisfaga a todos los lectores, ni tampoco hay un solo tipo de lector, ni nadie puede decidir de cuánta relativa importancia es el talento que posee.
Las casas editoriales de experiencia se ríen de las cartas de presentación de los autores cuando estos afirman que han escrito un libro para todos los gustos, porque la realidad no funciona así, y los estudios de marketing lo han demostrado fehacientemente.
Es cierto que el escritor que trabaja para el mercado tiene que atender las exigencias de los lectores porque, si no, no vende y deja de ser rentable para la casa editorial que lo respalda.
Por eso existen los best sellers. Pero los escritores cubanos no tenemos todavía ese problema, y en el plano formal somos muy libres de hacer lo que nos plazca.
Es verdad que muchos, especialmente los más jóvenes, escriben para un círculo de amigos o condiscípulos de talleres literarios, y se leen entre ellos mismos y se erigen en críticos los unos de los otros, como en una escuelita dominical de buenos amiguitos, y no salen del círculo.
Pero, para algunos de ellos, eso será solamente una etapa en su desarrollo, y la superarán con los años.
En cuanto al elitismo como delito convicto y confeso, sostengo que ningún escritor que se respete elige su estilo y sus imaginarios con fines elitistas.
Uno a veces ni sabe por qué escribe sobre determinado tema y de determinada forma, porque la dinámica de los procesos de creación es muy misteriosa y no puede ser traducida en forma de esquema donde todos los elementos se explican entre sí y se parte de una base para llegar a un todo, siguiendo una trayectoria límpida y clara.
Generalmente son las historias las que encuentran al escritor, y no al revés.
El arte no se puede programar. El escritor escribe de acuerdo con los dictados de su sensibilidad y de su formación estética.
Al acusar de elitista y culterano a un escritor, sus acusadores, más que demostrar defecto en el acusado, evidencian su propia inferioridad, su incapacidad, su incultura, y en no pocos casos su envidia patológica. Cuando un lector no entiende lo que lee, debe admitir que ese texto escapa a su comprensión, en lugar de arrojar fango sobre el autor (aunque algunos autores realmente lo merecen).
Contaré una anécdota muy significativa: cierta vez me inscribí en un club virtual argentino de intercambio de libros, y fui expulsada de allí por enviar a la lista las cinco primeras cuartillas del prólogo que Lezama escribió para la novela Rayuela, del también argentino Julio Cortázar.
Aquella gente encontró que la escritura de Lezama era ininteligible y se ofendió porque pensó que le mandaba el texto para humillarla. Y todavía Carpentier es repudiado por causa de su supuesta oscuridad, lo mismo que Dulce María Loynaz. ¿No basta ya de tanta estupidez?
Cada escritor tiene su público natural. A quien no le guste un escritor, que no compre sus libros, que no lo lea. Es así de sencillo. Una literatura nacional se honra, si puede exhibir en su nómina todo tipo de escritores y toda clase de libros. Eso muestra que es rica y está viva.
A veces se ha afirmado (yo entre los afirmadores) que en Cuba todos los autores escriben sobre lo mismo y de la misma forma. Eso se refiere a la labilidad del principio de individuación en muchos de nuestros escritores. Ese es el precio que cobra la literatura por el instinto gregario. Pero afortunadamente no todos los escritores cubanos escribimos el mismo libro.
Es verdad que no todos somos dignos de la hermosa tradición literaria que hemos heredado, pero algunos sí lo somos. Y en todas partes del mundo, en todas las épocas, los buenos son siempre minoría. Solo el tiempo separa la paja del grano.
Para algunos autores, la llamada aventura del lenguaje puede llegar a constituirse en el elemento fundamental de su obra, restando importancia a la anécdota, el argumento, la estructura, y otros tantos elementos o recursos ya “viejos y gastados”.
Pero ocurre que un escritor está en todo su derecho de elegir los recursos formales que más le interesen y satisfagan.
La cuestión es si con ellos logra armar una verdadera obra de arte o le sale un gremling, porque lo único que salva o destruye a un escritor es el fruto de su trabajo.
Todas las restricciones y todos los intentos de asentar preceptivas inviolables y raseros colectivos no son más que actitudes farisaicas y falsamente paternalistas dictadas por la ceguera intelectual y la falta de adhesión al principio sagrado de la tolerancia, o por algo peor como, por ejemplo, el miedo al influjo liberador del arte. (Gina Picart. Foto: Habana Radio)
ARTÍCULOS RELACIONADOS
La literatura cubana en el siglo XXI (I parte)